José María Fernández Lucio
Introducción
Se ha escrito mucho sobre san Ignacio de Loyola y por tanto no vamos a descubrir nada nuevo, pero sí queremos reseñar algunos puntos que nos sirvan como pauta para entender lo que después aparece expuesto en el trabajo que presentamos. Los textos expuestos los hemos tomado, como se indica en cada aportación, de los siguientes libros: El Peregrino, autobiografía de san Ignacio de Loyola, los Ejercicios espirituales y las Cartas.
La brevedad de esta introducción no nos permite extendernos en particulares sobre el personaje que nos ocupa, pues son bien conocidos por el común de los mortales y nos centraremos más en las obras que acabamos de citar. Sin embargo hay circunstancias en su vida que nos ayudan a comprender el devenir de su historia y santidad y sin los cuales no se comprendería bien su vida y cuanto escribió. Una de estas circunstancias es la bombarda que destrozó su pierna durante el asedio de Pamplona contra los franceses. Las largas y prolongadas horas de recuperación y de descanso en su casa solariega de Azpeitia dieron para muchos pensamientos y reflexiones. Como medio de pasar mejor el tiempo pidió le proporcionasen libros. Pero en el castillo de Javier no había más que libros de caballerías, tan frecuentes en aquel tiempo, y algunos libros religiosos como la Flox Sanctorum (una especie de año cristiano) y una Vida de Cristo. Había alternancia en la lectura: unas veces era la de libros de caballería y otras las obras religiosas. Pero el resultado que probaba interiormente no era el mismo, pues mientras unas le producían cierta tranquilidad y serenidad de espíritu –las religiosas–, las de caballería, por el contrario, le dejaban un cierto resabio y amargura. Tal vez estos sentimientos tan encontrados sirvieron para que Ignacio comenzara ese descubrimiento tan importante en su vida y que aplicaría a cuantos a él acudían y que expresó tan maravillosamente en su libro de los Ejercicios: el discernimiento de espíritus.
Una vez más o menos restablecido del percance, ya no cabrán en su pensamiento las ideas caballerescas. Sale decidido a buscar en todo la voluntad de Dios en su vida y se hace peregrino con varias etapas en su camino. En Montserrat vela sus armas no de caballero andante sino de caballero de Cristo. Junto a esa vela de armas encontramos también un cambio de vestido: el de gentil hombre es sustituido por el de saco y el bordón de peregrino que no significa únicamente la preparación para ir a Jerusalén sino un nuevo estilo de vida manifestado en Manresa, donde pide y vive de limosna. Llegará hasta Jerusalén pero la voluntad de Dios se manifestará a través de los religiosos, que le demuestran que no es posible que permanezca allí.
Por donde pasa busca siempre la compañía de personas espirituales con las que compartir sus propias experiencias y quedar edificado por lo que recibe, pero quedará decepcionado. Dios nunca deshace lo que él mismo ha creado y esto lo podemos descubrir en los santos viendo cómo los va elevando hacia nuevas cumbres. Aunque enseñado directamente por Dios, frente el público no deja de ser un autodidacta, lo que resta eficacia a su apostolado. Todo su deseo es agradar y placer a Dios y servirle en todo lo que conviene para ayudar a los demás. No tardará en advertir esta carencia, que le impulsará a ir a estudiar a Alcalá, donde sigue proponiendo su método espiritual, atrayendo más seguidores y seguidoras, lo que causará una serie de acusaciones tan graves que le acarrearán la cárcel mientras estas se aclaran. La vida en Alcalá se hace cada día más complicada, por lo que decide ir a Salamanca pero las pruebas que el Señor le manda siguen en Salamanca, donde es sometido a un riguroso examen sobre la ortodoxia de sus enseñanzas. Por todas partes la inquisición le sigue y también en Salamanca sufre la cárcel. Parece que en España no tiene cabida, por lo que decide ir a estudiar a París donde llevará a cabo no solo el estudio y preparación personal sino el inicio de lo que será la futura Compañía de Jesús…