365 florecillas de Don Bosco
Michele Molineris
Presentación
Florecillas son, en una vida, esos episodios que brotan ante todo del temperamento, luego de la costumbre de observar, de la presteza de espíritu de que uno está dotado, de la cultura, de la familiaridad con sus interlocutores, de la bondad y de aquel tanto de adaptabilidad a los acontecimientos que lleva irreversiblemente a dominarlos, haciéndose, sin querer, su protagonista.
Todas estas dotes resaltan evidentes en este volumen que vuelvo a poner a la atención de los lectores. Añadid a estas dotes de orden natural los dones sobrenaturales de que fue dotado abundantemente Don Bosco por Dios y tendréis una idea aproximada de todo lo contenido aquí.
Este libro no es, por tanto, una vida de Don Bosco, sino una colección de hechos documentados y raros, que ennoblecen aquella vida, la ilustran e incluso la complican, sustrayéndola no pocas veces a las leyes que de ordinario rigen la de los otros pobres mortales. Porque su vida no fue ordinaria, llegando a poder decir que no había dado un paso sin haber sido movido por lo alto.
Aunque su fama está muy extendida, no todos conocen a Don Bosco; y si no es presunción la mía, cuento con contribuir a extender su conocimiento.
Don Ercolini, al presentar en 1911 a los lectores italianos la traducción del Don Bosco del doctor D’Espiney, dice que «nosotros de un santo sólo sabemos lo que va haciendo a los ojos del mundo, y bajo la mirada de Dios, y no podremos saber nunca aquí en la tierra lo que ha pasado entre Dios y el alma de su elegido. Recojamos, al menos por gratitud, lo que la bondad de Dios nos regala del fruto de las innumerables gracias que embellecen el corazón de los santos; y estas páginas, en las que se verá revivir a Don Bosco, sean para todos cuantos hablan del cielo, como una prenda de bienes futuros». Hago mías estas palabras.
Dedico este libro a todos los jóvenes a quienes he tratado o que, por motivos imprevisibles de la vida, no he podido tratar, si bien todos ellos, por vocación, debían haber sido campo de mi apostolado. Que les quede al menos este testimonio de afectuoso recuerdo y de doliente sentimiento. Que el resto lo haga Dios, por medio de Don Bosco, el cual me debe haber visto en sus sueños, si con ellos llegó a contemplar nuestros días y no los nuestros tan sólo, Él, a quien bastaba saber que uno era joven para sentirse deudor suyo, sin distinción de casta, de censo, de patria y de religión.
También yo fui joven y su predilección se concentró en una amistad que llegó a compartir el pan y el techo. Con la esperanza de que otros me sucedan en esta intimidad, vuelvo yo a poner a la atención de los lectores sus insospechados dones de naturaleza y de gracia.
Don Molineris
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