Santa Faustina Kowalska

José María Fernández

Presentación

La vida humilde y sencilla de Faustina Kowalska que nació en Swinice (Polonia) y en el Bautismo recibió el nombre de Elena, no es muy conocida en España, por lo que somos entre los primeros descubridores de la misma, y no es conocida por varias razones que expondremos a través de esta sencilla biografía.

Tras una niñez y juventud dedicada al servicio doméstico para no ser una carga para la familia y hacer una aportación a la misma, logra ingresar en 1924 en la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia para acallar la voz interior que desde los siete años le urgía a hacerse religiosa. En esta congregación dio todos los pasos necesarios hasta llegar a la entrega total con la profesión perpetua.

Su vida se desarrolla dentro de la congregación casi en los mismos trabajos que realizaba en la vida seglar cuando estuvo al servicio de distintas familias, pero en la nueva vida los realiza bajo la «santa obediencia», como panadera, en la cocina, en la enfermería, en el jardín… en lo que hiciera falta. Pero escribe en su Diario 82: «No me dejaré arrebatar por el trabajo hasta el punto de olvidarme de Dios. Pasaré todos los momentos libres a los pies del Maestro oculto en el santísimo Sacramento. Él me enseña desde los años más tiernos».

A pesar de ser casi una persona iletrada según los parámetros humanos, en ella se cumplió lo que nos dice el Deuteronomio: «El Señor se fijó en vosotros y os eligió, no por ser el pueblo más numeroso entre todos los pueblos, ya que sois el más pequeño de todos. Porque el Señor os amó» (7,7-8). Y en el Nuevo Testamento tampoco Jesús se fijó en los más preparados humanamente, sino en unos sencillos pescadores y personas sin relevancia. Designios de Dios.

Dotada de gracias sobrenaturales y una intimidad grande con el Señor así como del don de leer en las conciencias, su vida la ocupó en rezar por los pecadores. Pero la característica particular de esta santa fue el recordar al mundo entero el Amor misericordioso de Dios. Escribió un Diario con más de 600 páginas en el que recogió todos los mensajes que procedían de Jesús.

Si para cada momento histórico, y sobre todo, cuando el mundo atraviesa una crisis de índole espiritual, social o política que amenaza al ser humano, Dios envía una o varias personas que salgan al paso de esta crisis ofreciendo la palabra oportuna, la medicina curativa, sor Faustina ha sido la persona destinada por Dios para alzar la voz en medio de dos guerras mundiales y gritar a todo el mundo que a la solución de los conflictos no se llegará con las armas sino acogiéndonos al Amor misericordioso. Le confiará Jesús: «La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina» (Diario, 132).

Este mensaje que nos llega a través de sor Faustina no es para un tiempo especial sino que es necesario en nuestros días y siempre. Como pecadores que somos, siempre necesitamos de la reconciliación y misericordia con los demás y con Dios, rico en misericordia, como nos recordó en su encíclica el papa Juan Pablo II, el gran impulsor de este don de Dios a la humanidad, como veremos. El dogma de la divina Misericordia era muy importante para el papa Juan Pablo II, tanto que él mismo fue beatificado y canonizado en su festividad, el primer domingo después de Pascua.

En la presentación de esta biografía usaremos poco nuestras palabras, más bien, dejaremos que sea la propia sor Faustina quien, a través de su Diario nos muestre la obra de la gracia en su vida así como el mensaje de que fue depositaria para el mundo.

Cuando se trata de penetrar en la vida de los santos, a uno le viene cierto pudor especialmente si, como a sor Faustina, Dios los ha llevado por los caminos de la mística, porque entonces nuestras palabras no son más que un balbuceo, que más que ofrecer luz, acaso solo sirven para empañar y oscurecer su doctrina y mensaje. De ahí nuestra invitación a acercarse a la verdadera fuente, a sus escritos y especialmente a su Diario, donde escribió los mensajes que escuchó a Jesús, e incluye varias referencias a la segunda venida de Cristo y al juicio final, que recuerdan a las cartas de san Juan (1Jn 2,18): «Así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo».


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