Gigantes de la fe
Raniero Cantalamessa
SAN ATANASIO Y LA FE EN LA DIVINIDAD DE CRISTO
En preparación al año de la fe proclamado por el Santo Padre Benedicto XVI (12 de octubre 2012-24 noviembre 2013), las cuatro predicas de Cuaresma tienen la intención de dar un impulso y devolverle frescura a nuestro creer, a través de un renovado contacto con los “gigantes de la fe” del pasado. De ahí el título, tomado de la carta a los Hebreos, dado a todo el ciclo: “Acuérdense de sus guías. Imiten su fe” (Hb 13,7).
Iremos cada vez a la escuela de uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia oriental, como son Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niceno, para ver lo que cada uno nos dice hoy acerca del dogma del cual ha sido campeón; es decir, respectivamente, la divinidad de Cristo, el Espíritu Santo, la Trinidad y el conocimiento de Dios. En otro momento, si Dios quiere, haremos lo mismo con los grandes doctores de la Iglesia occidental: Agustín, Ambrosio y León Magno.
Lo que nos gustaría aprender de los padres no es tanto cómo proclamar la fe al mundo, es decir la evangelización, ni cómo defender la fe contra los errores, es decir la ortodoxia; es más bien la profundización de la propia fe, redescubrir, detrás de ellos, la riqueza, la belleza y la felicidad de creer, de pasar, como dice Pablo, “de fe en fe” (Rm 1,17), de una fe creída a una fe vivida. Será un mayor “volumen” de la fe dentro de la Iglesia, lo que se constituya después en la fuerza mayor del anuncio de esta al mundo, y la mejor defensa de su ortodoxia.
El padre de Lubac sostuvo que nunca ha habido una renovación en la historia de la Iglesia que no haya sido también un retorno a los padres. No es una excepción el Concilio Vaticano II, del cual nos estamos preparando a conmemorar el 50 aniversario. Este está entrelazado con citas de los Padres, y muchos de sus protagonistas fueron patrólogos. Después de la escritura, los padres son la segunda “capa” del suelo sobre el que descansa y del cual extrae su savia, la teología, la liturgia, la exégesis bíblica y la espiritualidad de toda la Iglesia.
En algunas catedrales góticas de la edad media vemos algunas estatuas curiosas: personajes de estatura imponente que sostienen, sentados sobre los hombros, a hombres muy pequeños. Se trata de la representación en piedra de una creencia que los teólogos de la época formulaban con estas palabras: “Somos como enanos sentados sobre los hombros de gigantes, de modo que podemos ver más allá y más cosas que ellos, no por la agudeza de nuestra mirada o por la altura del cuerpo, sino porque somos levantados muy en alto y somos elevados a alturas gigantescas”. Los gigantes eran, por supuesto, los padres de la Iglesia. Así es hoy también para nosotros.
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