El secreto mejor guardado de Fátima
José María Zavala
INTRODUCCIÓN
FÁTIMA, UN SIGLO DESPUÉS
Todos los hombres de la Historia que han hecho algo con el futuro
tenían los ojos fijos en el pasado.
G. K. CHESTERTON
La celebración del primer centenario de las apariciones de Fátima no es comparable en modo alguno con cualquier otra efeméride mundial, como el Descubrimiento de América, la conquista del Polo Norte o el viaje a la Luna.
La diferencia fundamental entre las apariciones de la Virgen de Fátima a los tres pastorcitos Lucia, Francisco y Jacinta con cualquiera de las grandes hazañas de la humanidad estriba en que lo sucedido en aquel humilde y remoto lugar de Portugal, en la Cova da Iria, el 13 de mayo de 1917, constituye un hito único e irrepetible en la Historia, del que no solo depende el pasado del hombre, sino sobre todo el presente y el futuro de la Iglesia y del mundo.
Fátima no es así, aunque algunos se empeñen en hacer verlo, un acontecimiento sobrenatural en clave pretérita. Y no lo es por dos razones esenciales: primero, porque constituye una invitación actual, o más bien un ultimátum, de Nuestra Madre del Cielo a la conversión de todos y cada uno de sus hijos a los que ama como ninguna otra criatura en el mundo y por eso mismo desea que se salven; y en segundo lugar, porque la Señora quiere avisarles del terrible castigo que asolará a la Iglesia y a la humanidad entera si el corazón de los hombres permanece cerrado con graves ofensas y absoluta indiferencia a Jesucristo, el Salvador.
Fátima es sinónimo de oración y penitencia, sin las cuales resulta imposible esa llamada a la conversión, ese regreso a Dios que conlleva abrirle de par en par el corazón sin condiciones; porque el verdadero Amor, con mayúscula, nada exige a cambio.
Pero hablar con ecuanimidad de Fátima significa también, cómo no, aludir al llamado «Tercer Secreto» o a «la tercera parte del Secreto», como el lector prefiera. Supone quitarse la venda de los ojos y dejar a un lado cualquier prejuicio para poder comprobar que el Tercer Secreto no ha sido revelado todavía en su totalidad, pese a que la Virgen pidió que se diese a conocer hace ya cincuenta y siete años nada menos, en 1960.
Sabemos que el Vaticano publicó el Tercer Secreto en el año 2000 y que la interpretación teológica del mismo, a cargo del entonces cardenal Joseph Ratzinger, asoció su contenido con el atentado frustrado contra Juan Pablo II a manos del turco Alí Agca, el 13 de mayo de 1981.
Es decir, que según el análisis de Ratzinger, el Tercer Secreto de Fátima quedaría relegado así al pasado y, como tal, al más absoluto ostracismo. Pero en las siguientes páginas veremos que, lejos de ser una profecía ya cumplida, lo peor de la misma aún no se ha realizado.
Naturalmente, no se trata de una afirmación capciosa sino de una de las conclusiones a las que he llegado tras una exhaustiva investigación que me ha conducido hasta el mismo Padre Pío, canonizado por Juan Pablo II, precisamente, en 2002.
El lector accederá por fin ahora a la entrevista que mantuve en su día con don Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano, sobre la situación interna de la Iglesia, la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María o el contenido del Tercer Secreto de Fátima.
Sus declaraciones, mantenidas en completo sigilo hasta su reciente fallecimiento por un elemental compromiso de discreción, armarán a buen seguro un gran revuelo mediático. Pero Dios quiera que las palabras de un sacerdote probo como Amorth, respaldadas por las revelaciones que le hizo en su día el Padre Pío, de quien era hijo espiritual, arrojen ahora luz sobre tantos escépticos o seguidores de la versión oficial, quienes, salvo contadas excepciones, ni siquiera se han tomado la molestia de indagar en la postura vaticana, que de ningún modo constituye un dogma de fe.
Debe quedar claro así que discrepar de la versión oficial de la Santa Sede, tras escudriñar con rigor y profesionalidad en las apariciones de Fátima, no supone, como tal vez alguien malintencionado pueda pensar, enfrentarse a la Iglesia ni mucho menos criticarla. Quien esto escribe, al margen de sus múltiples defectos, ama a la Iglesia instituida por Jesucristo y se declara obediente a Su Vicario en la tierra. Faltaría más.
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