365 días con Juan XXIII
José María Fernández Lucio
Presentación
Dada la índole de la obra que presentamos, nos ha parecido más conveniente ofrecer unas coordenadas vitales del papa Juan XXIII, que son por las que se ha regido durante toda su fructuosa y prolongada existencia en servicio a la Iglesia. El perfil biográfico puede encontrarse más fácilmente en cualquiera de las muchas obras que se han ido publicando desde su muerte hasta nuestros días.
La primera coordenada y la que más destaca en su polifacética vida, es la pobreza. Desde sus pobres orígenes en Sotto il Monte, en la provincia de Bérgamo, sus estudios como preparación al sacerdocio, los diversos cargos que tuvo que desempeñar por la Iglesia y en la Iglesia, hasta el de Sumo Pontífice, nunca perdió de vista su origen pobre. La pobreza se puede vivir con resignación o incluso con amargura, pero no es este el caso del personaje que nos ocupa. Todo lo contrario, vive su pobreza como una gracia grande de Dios y así lo manifiesta, entre otras muchas veces, escribiendo a su familia siendo Nuncio de la Santa Sede en París: «Cómo bendigo al Señor que me ha hecho nacer y vivir en condiciones modestas, para permitir que aprecie más y guste altamente los verdaderos valores de la vida, que no son las riquezas materiales, sino la sencillez, la honestidad de la vida, junto a un cierto bienestar incluso material». Y desde el mismo París, en 1948, escribe a su querido hermano Javier: «Durante estos días puede decirse que trato a todos los hombres de Estado de Francia. Cuando me reúno con ellos, en sus palacios dorados, rodeado de cumplidos y de tanta gente que me mira, sonrío un poco y pienso en Colombera y en la simplicidad de nuestros campos y de nuestras costumbres domésticas. Y no envidio a nadie».
Este concepto, y sobre todo la vivencia de la pobreza, le lleva a aceptar y sobrellevar con alegría y sin queja alguna sus compromisos. Su ministerio apostólico en Bulgaria no fue precisamente fácil. Él mismo lo reconoce escribiendo a su hermana Ancila, en 1926: «Bulgaria es un país difícil por todo… Sigo sembrando alguna semilla todos los días». Y en 1935 escribe lo siguiente: «El Santo Padre, al mandarme aquí, ha querido subrayar ante el cardenal Sincero la impresión que le ha causado mi silencio, mantenido durante diez años, sobre mi estancia en Bulgaria, sin jamás lamentarme o expresar el deseo de cambio. Esto responde a mi propósito, y soy feliz de haber sido fiel».
Al que nada tiene, nos referimos naturalmente a la pobreza material, cualquier cosa que recibe lo agradece. Es lo que le sucede a nuestro Papa Bueno. Su agradecimiento va dirigido en primer lugar a Dios, origen de todo don, y después a todas las personas que le ayudaron en su preparación religiosa e intelectual y que hará extensivo a todos aquellos con los que se encontrará en su dilatada vida. Nunca se consideró un depósito donde se conservan las cosas, sino un canal por el que pasan y se distribuyen las aguas de la gracia, en este caso el dinero. Casi nunca pudo tener en sus manos cantidades importantes de dinero y una vez que ocurrió esto, como sus dedos no estaban acostumbrados a manipular esta masa, pronto encontró el camino de la beneficencia… y vuelta a empezar desde la pobreza. Confesará sin vanagloria, pero con sinceridad: «Yo doy siempre con generosidad; pero el tiempo es tan adverso y este año he dado tanto que no me queda nada: y percibo que hay que seguir todos juntos caminando sobre el filo de la navaja» (Carta a su hermana desde Sofía, 1933). A su familia le desea esta «riqueza»: «pobre, sencilla, humilde, buena y temerosa de Dios». Y a su sobrino Bautista le escribe: «Los Roncalli hemos sido formados para una cierta austeridad, sin sentimentalismos».
Otras características a destacar son la paciencia y la humildad. A veces puede parecer que la paciencia sea una especie de desentenderse de las cosas; dejar que las cosas transcurran por su camino. Nada más contrario. Paciencia es poner de nuestra parte todo el esfuerzo como si todo dependiera de nosotros y al mismo tiempo saber que todo depende de Dios. Juan XXIII es un modelo de paciencia. Escribiendo a sus padres les dice: «Tened paciencia, trabajad sin agobio y pensad en el cielo que nos aguarda, hacedlo todo para conseguir méritos ante Jesús». Y en otra ocasión les dice: «Los más fuertes en las luchas de la vida y los vencedores son los más pacientes».
Siempre había llamado la atención cierto boato y ciertos títulos que cuadraban mejor en el campo civil que en el religioso, y sobre todo en el Vaticano. Al llegar al pontificado, Juan XXIII empezó recuperando para los tiempos modernos el título papal: «Siervo de los siervos de Dios» que ya había sido usado en otros tiempos y que el mismo san Agustín utiliza en sus cartas, así como otro papa, san Gregorio Magno, al que no le gustaba el título de «Patriarca de Constantinopla». Y cuánto le costó usar el «Nos» mayestático propio de los papas. Pueden parecer nimiedades, pero encierran en sí una gran humildad.
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