Caminar con Jesús
Papa Francisco
INTRODUCCIÓN
Caminar es el verbo que Francisco emplea con mayor frecuencia desde el inicio de su pontificado. Así como para Bernanos «Todo es gracia», se podría decir que para el Papa «Todo es camino», en el sentido de que cada acto de un cristiano sea parte de un recorrido que le acerque, paso a paso, a Dios y al prójimo. El «caminar» resume, en la visión eclesial de Francisco, la imagen misma de la Iglesia que sale del cerco de sus murallas externas y de sus trabas internas, para dirigirse hacia el encuentro con el pueblo de Dios y al mundo. Visión de una Iglesia evangelizadora, puesta en pie, en misión permanente, que siente la responsabilidad y el gozo de este camino. Visión de Iglesia que no teme al rumbo, ni a lo que pueda encontrar caminando entre la gente, especialmente allí, en las orillas de la existencia, donde se siente con mayor intensidad el clamor de los pobres, los marginados y los oprimidos.
Esta Iglesia peregrina se esfuerza por imitar al Jesús que durante su vida pública recorrió, a todo lo largo y ancho, los caminos de Palestina, seguido de sus discípulos. Iglesia que invita a imaginar aquellos primeros momentos, la sorpresa, el asombro y el miedo que experimentaron esos doce hombres llamados por Jesús a dejarlo todo y a seguirlo. Es decir, llamados a responderle: sí, te hemos encontrado, queremos estar y caminar contigo; aun sin saber adónde se dirigían ni qué les esperaba en el camino. Pero le creyeron, confiaron en él y se lanzaron a lo que se convertiría no sólo en la experiencia más revolucionaria de su vida, tanto como en la mayor aventura de la historia. Caminando, Jesús los instruyó respecto a qué dejar de la mentalidad del mundo para purificarse, renovar el corazón y aprender a reconocer qué era importante para el Reino de Dios. Poco a poco, entre asombros y miedos, entre caídas y negaciones, llegaron a comprender que su victoria consistía en recorrer hasta el fin el camino de la cruz hacia la cual Jesús los había llevado, prediciendo su pasión, muerte y resurrección.
Nunca se reflexiona lo suficiente respecto a la fe de apóstoles y de los primeros discípulos que, fortalecidos por la experiencia con Jesús y en comunión con él, emprendieron el largo y aún inconcluso camino de la misión, destino inalterable de la Iglesia. También nosotros, vinculados a la primera comunidad cristiana por estrechos lazos perpetuos de continuidad histórica y espiritual, estamos convocados, nueva vez, por el papa Francisco, a retomar ese camino; a reanudarlo si nos detuvimos porque estábamos fatigados o no del todo convencidos; a iniciarlo si, sin estar conscientes de que la fe es tal si es una «fe-camino», ni siquiera habíamos partido.
Por lo tanto, caminar es el movimiento que pone en marcha la búsqueda de la verdad del Evangelio que una vez hecha nuestra, impulsa a proclamar y a dar testimonio, con alegría, de esa novedad de vida. La predicación del papa Francisco se centra totalmente en esto: explicar cuál es la meta, cuáles los pasos a dar para alcanzar, en la dimensión personal, la mejora y santificación de sí mismo, y en la comunitaria, la edificación de toda la Iglesia, en el vínculo del amor, de la unidad y de la paz. Si se quiere, en otras palabras —para usar el lenguaje de la Biblia— «caminar» en Cristo, «arraigados y edificados en él» (Col 2,6-7), de acuerdo con la ley libertadora y dadora de vida del Espíritu (Rom 8,2), si se quiere «caminar en una vida nueva» (Rom 6,4), «en la luz» (1 Jn 1,7), y «en el amor» (Ef 5,2), es necesario saber qué se debe eliminar y qué hay que colocar en el centro de la vida cristiana.
Por eliminar están la hipocresía y la vanidad, las costras y los anquilosamientos, el peso de las rutinas y el formalismo, así como el arribismo, la vanidad, el triunfalismo, los chismes y las quejas que ofuscan la credibilidad de la fe y trastocan la autenticidad del testimonio; todas ellas son actitudes evidentes o maliciosas que el papa Francisco no se ha cansado de estigmatizar con firmeza en cada oportunidad y que constituyen ya el abanico de temas predominantes, el leitmotiv de su predicación, junto con otros que componen la amplia gama de su denuncia eclesial y social, tales como el poder, el dinero, la corrupción, el consumismo, la explotación, el desperdicio, el derroche, la indiferencia, la ofensa a la dignidad humana en todas sus manifestaciones.
En el centro, Francisco coloca a Jesucristo, su persona, su mensaje. El camino interior y eclesial a emprender es el siguiente: aprender que basta comprender que no importa si se cae alguna vez, si dejamos que Jesús nos levante, pues su misericordia, su perdón, su amor fiel —conceptos que guían la visión pastoral de Francisco— son la «caricia» eterna de Dios, que consuela, acoge, infunde confianza y esperanza, así como el valor para perseverar en ese empeño y continuar la marcha.
Nunca estamos solos en este camino: Dios nos precede en el camino, pero no para imponer reglas o preceptos que parezcan prohibiciones sin sentido, como se ven a menudo los mandamientos y las leyes de la Iglesia. Como ya propuso Benedicto XVI, Francisco también invierte la perspectiva y muestra cómo los límites no son cadenas que nos aprisionan. Más bien, son antídotos necesarios para entrar en el ámbito de la vida buena y virtuosa según Dios. Los sacramentos de iniciación cristiana, la Eucaristía y los otros sacramentos, son los primeros medios indispensables para que cada quien pueda alcanzar en su vida lo que San Agustín llamaba «el orden del amor»: es decir, las condiciones para una buena vida aquí en la Tierra y para mantener, al mismo tiempo y en todo momento, la mirada puesta en el mundo futuro al que estamos destinados. Les sigue el auxilio del Espíritu Santo con sus dones, otro de los temas clave de la catequesis de Francisco, ampliamente tratados, junto al de los sacramentos, en esta selección. El ejemplo de María, José y de todos los santos, es otro firme apoyo en el momento de experimentar fatiga en el camino. Conocerles y rezarles no significa llegar a ser como ellos, pero ayuda al menos a familiarizarse con la gramática de la vida cristiana, a profundizar en el misterio de Cristo, y aprender a vivir imitándolos. Sobre todo, y finalmente, está el flujo de la oración que debe manar continuamente del corazón, pues no se puede vivir y actuar como cristianos sin orar, sin tender ese puente que nos une a Dios, al que se le pide el «pan», el perdón, el auxilio en la hora de la prueba, con la certidumbre de quien ve en Él el Padre, de todos y de cada uno.
El papa Francisco nos integra en esta corriente de espiritualidad y discernimiento eclesial, infundiéndonos valor y esperanza. Su paternidad sacerdotal, su sencillez pastoral, su estilo convincente, directo, familiar y vivaz encienden los corazones y crean con naturalidad vínculos profundos entre las almas. Esta dinámica opera independientemente de los mensajes enérgicos y de las denuncias que, sin vacilaciones, pronuncia con frecuencia justo para que no se olvide nunca de que la vida cristiana es una lucha constante consigo mismo y contra el mal. No obstante, en sus homilías, así como en sus discursos, siempre queda un mensaje de confianza y alegría que aplaca el rigor de la lucha y convierte el camino —en su sentido metafórico pleno desde el punto de vista espiritual y pastoral— en lugar de encuentro de un pueblo que vive la comunión y la fraternidad de la fe.
GIULIANO VIGINI
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