Moisés y Elías hablan con Jesús
Francisco Varo Pineda
Introducción
[Jesús] se llevó con él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar. Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. En esto, dos hombres comenzaron a hablar con él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén (Lc 9,28b-31). Moisés es el gran legislador, protagonista del Pentateuco, y Elías un profeta carismático que tiene una presencia muy notable en los libros de los Reyes. Moisés y Elías son figuras emblemáticas del Pentateuco y de los libros históricos del Antiguo Testamento. En esta escena, aparecen hablando con Jesús. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, al comentar este pasaje de la Escritura, señala que lo que el Resucitado explicará a los discípulos en el camino hacia Emaús es aquí una aparición visible. La Ley y los Profetas hablan con Jesús, hablan de Jesús.
E inmediatamente hace notar que ese texto del evangelio de Lucas menciona incluso de qué hablan: de su muerte que tendría lugar en Jerusalén. Se refieren a la muerte como «salida» de esta vida, «éxodo» que, a través del «mar Rojo» de la sangre derramada en la pasión, conduce a la gloria. Moisés y Elías hablan de la esperanza de Israel, del éxodo que libera definitivamente. Con Jesús transfigurado hablan de sus padecimientos, de su entrega total hasta la muerte. Pero la pasión se contempla revestida de luz y alegría, porque manifiesta la gloria de Dios que salva y cumple las esperanzas de su pueblo. En este pasaje la esperanza en la salvación y la pasión son asociadas entre sí, desarrollando una imagen de la redención que, en el fondo, se ajusta a la Escritura, pero que comporta una novedad revolucionaria respecto a las esperanzas que se tenían: con el Cristo que padece, la Escritura debía y debe ser releída continuamente.
Para leer la Escritura con ese espíritu, Joseph Ratzinger señala que siempre tenemos que dejar que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías; tenemos que aprender continuamente a comprender la Escritura de nuevo a partir de Él, el Resucitado.
En esa perspectiva es donde intenta situarse este ensayo. Pretende ofrecer algunas claves para el estudio personal del Pentateuco y los libros históricos del Antiguo Testamento que sirvan como guía de lectura para «que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías».
Es bien sabido que estos libros se cuentan entre los más importantes e influyentes de la literatura universal. Junto con los demás que componen la Biblia, constituyen la obra literaria más leída en la historia de la humanidad. En ellos se contiene un inmenso arsenal de personajes y relatos dotados de una grandiosa fuerza plástica y emotiva, que ha constituido un punto de referencia imprescindible en la cultura occidental durante dos mil años. De ahí han surgido los temas de inspiración más repetidos en la creación literaria, la pintura, o la escultura, que también han reclamado el interés de la psicología o la antropología cultural. Por eso, estos libros podrían ser estudiados con provecho desde el punto de vista del arte literario, de la recepción que han tenido, o del impacto que han provocado.
Asimismo, se trata de libros venerables que hablan de épocas, acontecimientos y personajes pretéritos, que, analizados con el debido rigor técnico, podrían proporcionar informaciones valiosas acerca del mundo antiguo, especialmente sobre la tierra de Israel, o la vida y costumbres de sus gentes hace más de dos milenios. En consecuencia, también podrían estudiarse con un interés eminentemente histórico.
Sin embargo, aunque todas esas orientaciones son posibles y fecundas, la perspectiva en la que nos situamos aquí pretende aportar algo distinto. Nuestro interés primario por estos libros no deriva de su arte narrativo, ni del profundo conocimiento del ser humano que expresan, ni buscamos satisfacer con su lectura nuestra curiosidad acerca de qué pasó exactamente hace varios milenios en el Próximo Oriente, sino que nos acercamos a ellos recibiéndolos como testimonio, que eso son, de la Revelación divina, como cauces de la Palabra de Dios que, a través de ellos, sigue llegando viva y fresca al momento presente.
Este punto de vista, desde el que vamos a acceder a su lectura, requiere un tratamiento metodológico adecuado. La teología es una ciencia, y como tal requiere el uso del instrumental propio de las ciencias humanas. En el caso de los libros históricos del Antiguo Testamento, teniendo en cuenta la singularidad del objeto de su estudio, junto con la ciencia y la prudencia oportunas para ponderar lo que aportan las técnicas del análisis literario o de la crítica histórica, es imprescindible la soltura en el manejo de la razón iluminada por la fe.
En la exhortación apostólica Verbum Domini dice Benedicto XVI que «solo donde se aplican los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exégesis teológica, de una exégesis adecuada a este libro [que es la Biblia]» (n. 34). Por eso, comenzaremos con una primera parte (parte I) de carácter general –a la que denominamos «Fe, Historia, Sagrada Escritura»–, en la que se afrontan algunas cuestiones fundamentales para comprender que ambos niveles metodológicos son necesarios y no se puede prescindir de ninguno de ellos.
Una vez terminada esa primera parte, de carácter general, accederemos a la lectura y estudio de cada uno de estos libros. Concederemos la prioridad a su texto tal y como nos han llegado, es decir, en su forma final.
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