Bajar al encuentro de Dios
Benjamín González Buelta, S.J.
PRÓLOGO
Poner este pequeño libro en las manos de las Comunidades de Vida Cristiana, es una alegría.
Estas páginas también nacieron en medio de cristianos que han comprendido que la comunidad es una dimensión esencial de nuestra vida cristiana. La fe en Jesús nos convoca y nos une para llegar juntos a la plenitud de la vida. En este encuentro comunitario, la diferencia, la originalidad de cada persona, se fortalece y se afirma como expresión de un rasgo nuevo del Dios que nunca se repite en su creatividad infinita. Nos fortalecemos uniéndonos, no imponiéndonos de manera individualista en competencia con los demás. Pedro, Juan, Tomás, María. Cada uno guarda su nombre propio, y lo hace crecer, pero uno al lado del otro, nunca a costa del otro.
En segundo lugar, esta experiencia nace en comunidades pobres, entre los excluidos de este mundo, los que sobran, los que son percibidos como una amenaza que viene a romper nuestras síntesis teológicas, nuestra tranquilidad y nuestros recursos. Cuando los marginados escucharon la palabra de Dios, fueron recuperando todo el sentido de su dignidad ante un Dios que los hablaba de tú a tú, en el Jesús donde la Palabra se hizo carne y fue creciendo en una geografía marginal, y habló en el dialecto sospechoso de la confusa Galilea. Al empezar a decir ellos su palabra, también la Palabra se fue haciendo carne hoy en esta nueva encamación, en existencias heridas y descalificadas.
Nuestro acercamiento al pobre, ya no es sólo el del que lleva una palabra, una enseñanza, una ayuda, sino de manera más profunda, el del que quiere contemplar la presencia viva de Dios entre los que están «fuera» (Le 2,7), para unirnos a él, en su obra liberadora de todo mal e injusticia.
No todos tenemos la posibilidad de acercarnos a los pobres de una manera directa y permanente. Pero todos podemos ir creciendo poco a poco en sensibilidad para conocer sus problemas y colaborar según nuestra capacidad en la creación de un mundo más solidario. Si nos acercamos al pobre de esta manera, nosotros mismos seremos beneficiados, pues en este encuentro también nos acercaremos más a Dios, que se identifica sorprendentemente con los pobres y pequeños.
Finalmente, estas páginas están escritas dentro de la espiritualidad ignaciana. Este carisma vivo, que recibimos constantemente de Dios, nos prepara de una manera especial para acercamos a la realidad tan compleja, al mundo real con todos sus desafíos. En los Ejercicios Espirituales contemplamos a Jesús, Rey eterno, anunciando la llegada del Reino en medio de plazas y caminos. Por el mismo centro de la realidad, brota la vida nueva.
Las Comunidades de Vida Cristiana, al ir hoy en el seguimiento de Jesús, también anuncian su fe en el Dios de la vida en medio de las sombras de la increencia, y luchan por la justicia del Reino en una tierra donde la miseria ha alcanzado niveles aterradores.
La experiencia que recogen estas páginas ha nacido “abajo”, y “fuera”, donde están los pobres. Es pequeña como un grano de mostaza (Me 4,30-32). Pero puede crecer si la sembramos en una tierra acogedora. Nos puede ayudar a crear una estructura espiritual para “bajar al encuentro de Dios”, hasta la humanidad hundida donde Dios se manifiesta hoy con la fuerza liberadora de su Reino.
Benjamín González Buelta, S.J.
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