Un exorcista entrevista al diablo
P. Domenico Mondrone
PROLOGO
EL AUTOR no está entre los que se avergüenzan de creer en la existencia del Diablo y de su nefasta actividad en el mundo y a veces perjudicando a pobres individuos. Él acepta totalmente la enseñanza de Pablo VI, expuesta en el discurso del 15 de noviembre de 1972.
Además demuestra haber tenido alguna experiencia directa con el Maligno en la práctica real de los exorcismos; añado además que he tenido intercambio de impresiones y de ideas con otros sacerdotes mejor entrenados en la misma experiencia. He leído ciertamente el libro de C. S. Lewis Le Lettere de Berlicche; pero es otra cosa. Sobre todo he tenido presente la apreciable obra de Corrado Balducci Los endemoniados, y además Era de diablo de A.Bohm y otros textos.
En particular parece que el Autor ha profundizado en la famosa meditación de Las dos Banderas, donde el santo de los Ejercicios Espirituales, con una gran eficacia representativa, nos hace ver al jefe de todos los demonios mientras, «en figura horrible», expone a los suyos su programa de acción y la táctica que utiliza para atrapar en sus redes a las almas y a las masas enteras de hombres.
En las páginas que siguen el Autor ha querido ofrecernos simplemente una ligera idea del ser y del comportamiento de este ángel tenebroso que trabaja incansablemente para hacernos daño.
El Diablo es el mayor maestro de los engaños, es un embustero de incomparable astucia, que no actúa el descubierto, sino en lo escondido; trabaja en la sombra, y siempre considera como inteligentes a quienes no creen en sus artimañas, e incluso niegan su existencia. Así, los primeros en caer en sus redes son precisamente los sabiondos, los llamados “espíritus fuertes”, los grandes iluminados de la ciencia de este mundo.
«La astucia más perfecta del Demonio, ha escrito Charles Baudelaire, consiste en persuadirnos de que él no existe». Negar, por eso, la existencia y la acción del Maligno es comenzar a asegurarle ya su victoria sobre nosotros.
El Autor, en base a su experiencia, cree que Dios puede tal vez permitir – como en el caso de los exorcismos – que el Maligno sea interlocutor con quien lo exorciza… Este último, con la autoridad de Cristo y de la Iglesia, puede obligar al Maligno a responder a preguntas precisas propuestas a él y a veces, aunque es el padre de la mentira, sacarle algunas verdades… El Autor se sirve de este poder de manera más bien abundante… Si recurre a la fantasía sobre el modo de preparar y de desarrollar los encuentros, con ello no pretende decir que son fantásticas tantas verdades justificadas por la realidad de las cosas. Lo que aquí amenaza, lo va realizando.
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