Testimonio de Gloria Polo
Gloria Polo
“Yo viví la experiencia del túnel”
La Dra. Gloria Polo, odontóloga colombiana, fue alcanzada por un rayo en 1995. Sus órganos quedaron carbonizados. Como ella misma dice, el hígado, los riñones, las piernas y brazos eran como una morcilla frita. Ella quedó en coma profundo durante tres días, del que despertó contando el inicio de un viaje por el otro lado de la vida, lo que nos espera tras la muerte.
Mil millones de voltios. Trescientos millones de amperios. Una temperatura superior a los veintisiete mil grados centígrados. Ésa es la tensión eléctrica, la intensidad de la descarga y la temperatura que reventó y quemó casi en su totalidad el cuerpo de la Dra. Gloria Polo, cuando un rayo impactó de lleno sobre ella en medio de una tormenta. Su sobrino, que iba con ella, falleció en el acto. Ella cayó en coma profundo y comenzó a vivir, según su propio testimonio, un viaje por el otro lado de la vida, viendo el cielo, el purgatorio y el infierno y a quienes los habitan.
La Dra. Polo estuvo en Madrid, en la parroquia de Santa María Micaela. Allí contó ante miles de personas cómo fue aquella experiencia: ”El rayo me carbonizó y quedé en paro cardiaco, sin vida, pero mientras mi carne estaba allí carbonizada, yo me encontraba dentro de un hermosísimo túnel blanco, de un gozo, una paz, una felicidad que no hay palabras humanas para describir la grandeza de ese momento. Vi en el fondo de ese túnel como un sol, una luz hermosísima. Yo digo que es blanco para ponerle color porque ninguno de los colores es comparable”.
Habría pedido la eutanasia
Mientras el alma de Gloria era testigo de todo ese mundo trascendental, su cuerpo se consumía por la necrosis sobre la cama de un hospital. “Gracias a Dios, yo estaba en coma, porque defendía el aborto y la eutanasia y si hubiese sido consciente del estado de mi cuerpo, al que tanto dinero y culto había dedicado, hubiese pedido que me dejasen morir ‘dignamente’”. Pero mientras los médicos la desahuciaban, ella seguía con su viaje espiritual: “Llegué a un lugar en el que había una felicidad inmensa, donde todo el mundo estaba como vestido de sol, y me di cuenta de que el vestido que llevaban estaba hecho de la piel del Cordero de Dios, es decir, de las comuniones que habían recibido a lo largo de sus vidas. Y vi a mi madre. Yo siempre pensé que era una fracasada, sin estudios, que sólo servía para criar hijos y trabajar. Pero allí estaba, ¡y estaba tan guapa, tan feliz!”.
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