Oraciones para el camino
Matilde Eugenia Pérez Tamayo
PRESENTACIÓN
La oración es para los creyentes de todas las religiones, lo que el aire para los seres vivos. De la misma manera que no podemos vivir sin respirar, no podemos vivir la fe que decimos profesar sin orar con frecuencia y fervor, porque la oración da la medida de nuestra relación con el Señor.
Dice el Papa Francisco en una de sus catequesis:
“La oración es la fuerza del cristiano y de toda persona creyente”.
Y añade:
“La vida cristiana no se limita a la oración, pero requiere un compromiso diario y valiente que surge de la oración”.
“Un cristiano que no se nutre con la oración, los sacramentos y la Palabra de Dios, inevitablemente se marchita y se seca”.
La oración constante y confiada ilumina la fe, fortalece la esperanza, y hace crecer el amor, las tres virtudes que Dios infundió en nuestra alma, cuando recibimos el Bautismo, y que son el eje central de nuestra vida cristiana.
La oración da sentido y valor a cada uno de los momentos y circunstancias de nuestra vida; a los días de luz y a las noches oscuras; a los triunfos y a los fracasos; a los acontecimientos alegres y a los tristes; y también, por supuesto, a la rutinaria monotonía de la cotidianidad.
En la oración que es fundamentalmente un estar con Dios, el Señor nos comunica su fuerza para seguir adelante, para crecer y avanzar en nuestra vida de fe, con decisión y valentía, superando los momentos de dificultad que nunca faltan.
La oración, el trato constante e íntimo con Dios, destruye los miedos que nos paralizan y no nos dejan avanzar en nuestra vida espiritual y en nuestra práctica del Evangelio de Jesús.
La oración bien hecha nos pacifica interiormente, llena de armonía nuestro espíritu.
La oración nacida del corazón nos une a Dios y a los hermanos en un estrecho y amoroso abrazo.
La oración, dice el Papa Francisco: “purifica incesantemente el corazón, y la alabanza y la súplica a Dios previenen el endurecimiento del corazón en el resentimiento y el egoísmo”.
Pero todos sabemos, porque lo hemos experimentado personalmente, que no siempre es fácil orar. Hay muchas situaciones y circunstancias en nuestra vida, en las que nos sentimos incapaces de concentrarnos en una oración personal profunda y fructífera. Entonces, para no abandonar la oración – lo cual sería evidentemente, el peor error que podemos cometer -, debemos recurrir a ayudas externas que nos permitan mantener abierta y activa nuestra comunicación con Dios, que es el soporte de nuestra fe.
El libro que tienes en tus manos, querido lector, busca ser para ti, una ayuda en estos momentos de dificultad, y también una motivación y un soporte para que tu oración de cada día sea más profunda y entrañable, más viva y eficaz, más amorosa y humilde.
Para que tu oración sea una oración que salga de tu corazón y llegue al corazón de Dios. Una oración que te haga crecer espiritualmente. Una oración que te fortalezca y te conduzca por caminos nuevos, al encuentro con quien está deseoso de escuchar tu voz y oír tu plegaria, porque te ama infinitamente, con el amor fuerte y poderoso de Padre, y el amor tierno y cuidadoso de Madre.
Matilde Eugenia Pérez Tamayo
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