Al encuentro de la vida
Francisco J. Castro Miramontes
Prólogo
Nuestra condición de peregrinos pertenece a este mundo que pasa. Caminamos, a través del encuentro con nosotros mismos, hacia el encuentro con Dios. Caminamos. «Hacemos camino al andar». Pero el peregrino no es solamente un caminante. No busca como este una simple vivencia o una, más o menos, profunda experiencia, cuanto una oferta de fe. El Camino es un arte y la peregrinación es un desafío.
El peregrino fundamenta su camino en la verdadera espiritualidad cristiana, que se enraíza, a su vez, en los principios, siempre radicales, del Evangelio. La peregrinación posee una mística y una ascética que le son propias. Sus raíces se hallan en la Sagrada Escritura y su antropología, por tanto, tiene un marcado carácter religioso. Caminar a Compostela, con todo lo que conlleva de espíritu penitencial y comunión con Cristo, por Cristo y en Cristo, confiere al peregrino una impronta muy especial. Esto le llevará a un cambio de vida tan radical que su existencia, tomando nuevos derroteros, se adherirá para siempre a los compromisos y valores que lleva implícito el mandamiento del amor.
Es cierto que hay otras formas de «caminar» a Compostela y que pueden resultar enormemente atrayentes y gratificantes desde el punto de vista turístico; incluso particularmente interesantes desde una perspectiva meramente humana, pero vacías de contenido espiritual cristiano. El caminante será así un «senderista» pero no será nunca un peregrino.
El peregrino es aquel que va dejando sus huellas en el camino de la vida como testigo del mensaje cristiano, siendo fermento de libertad y progreso, de fraternidad y justicia en su condición histórica.
En este sentido, la presente obra propone un modelo antropológico: el hombre cristiano, y consecuentemente una ética concreta: la ética cristiana. Y esta tiene una praxis inmediata, que conducirá a la realización personal del ser humano como ser creado imago Dei. Solamente, por tanto, a partir de esta praxis, que hunde sus raíces en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, se establecerán los instrumentos de diálogo, colaboración y desarrollo, necesarios para el desarrollo integral de la persona y, consecuentemente, para la construcción de un mundo mejor, abierto a la trascendencia.
El desafío del peregrino consiste en manifestar al mundo la verdad que habita en el corazón del hombre nuevo y cuyos frutos inmediatos se plasman en la vida cotidiana mediante actos de amor y a través del ejercicio y defensa de la justicia y la paz, que en muchas ocasiones implica padecer persecución.
Quizás en estas páginas pueda el lector tener dos percepciones, mezcla de añoranza y perspectiva de futuro. Añoranza, para aquellos que ya han realizado la ruta jacobea. Ellos tendrán la oportunidad de revivir –con el peregrino del presente diario– el camino interior, realizado en su día, que conlleva dicho camino geográfico. Asimismo, perspectiva de futuro, porque en los largos días de peregrinación, el autor, saliendo «al encuentro de la vida», con sol, lluvia o nieve… y con tantos y tan diversos compañeros y compañeras de camino, plasma sus reflexiones, que como deseo inmediato quieren ser, al mismo tiempo, homenaje y reto para todos ellos…peregrinos anónimos, que han realizado, o van a realizar próximamente, esta excepcional aventura espiritual.
Tamizando su propia experiencia personal como «peregrino» a través de su sencillo y ardiente espíritu franciscano, recoge el autor treinta jornadas de camino en igual número de meditaciones. La experiencia secular ratifica que el tradicional Camino francés, desde Roncesvalles a Santiago, puede realizarse en este período de tiempo. Partiendo, en cada etapa, de un texto, que hace referencia a la vida misma querida por el Señor y buscada por el hombre, medita durante cada jornada acerca de la identidad del ser humano, de su dignidad particular y de sus actitudes, haciendo de todo ello oración. Se trata de una invitación a recorrer este camino de profundización dirigida a todos, especialmente a los más jóvenes. Al atardecer, cansado físicamente del duro caminar, el peregrino podrá mirar con «los ojos del corazón» la «cruz que rasga el cielo» para sanar, «en medio de la tempestad», las heridas del alma y, de este modo, preparar el espíritu para un nuevo día en el que, como todos los hombres y mujeres de buena voluntad, está llamado a construir, con su palabra y quehacer, los cielos nuevos y la tierra nueva.
Francisco X. Froján Madero
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