San Roberto Belarmino
PRÓLOGO
Quien haya leído y meditado con espacio y devoción los cuatro opúsculos del Cardenal Belarmino que llevamos ya impresos, tiene mucho adelantado para la inteligencia y la práctica del último, que es del Arte de bien morir: pues, en realidad, no son ellos sino una especie de preámbulo ó introducción a éste en que se nos enseña lo que sobre todo nos importa saber, si tenemos juicio, y no queremos condenamos a la suma desdicha y sin fin por un instante mal empleado.
Si, lo que Dios no permita por su infinita misericordia, pero, si no aprendemos y ejercitamos este arte dificilísimo, si morimos en desgracia de Nuestro Señor: ¿qué nos valdrá el conocimiento de su grandeza? ¿Qué, la consideración y noticia de la felicidad, sin falta ni término, de sus Santos? ¿Qué, las lágrimas de penitencia y de amor que vertimos en otro tiempo? ¿Qué, la sangre del Salvador derramada por nosotros; y qué, sus ejemplos y doctrina admirable que nos predicó, al expirar, desde el árbol de la cruz? Todo ello servirá únicamente para mayor confusión nuestra, para mayor castigo y pena sin consuelo ni remisión: (terrible suerte, pero verdadera: que se puede evitar, pero que primero hay que saber evitarla, quererlo después con la ayuda de Dios, y no dejar de las manos los medios con que de seguro se evita!
A negocio tan interesante se dirige el opúsculo de Belarmino del Arte de bien morir, esta «preciosa margarita!, como lo llama su traductor, «pequeña en la entidad, y en la calidad tan grande que vale por un opulentísimo tesoro», donde se ponen sacadas de las Escrituras y Padres de la Iglesia «inestimables riquezas de santísimos documentos para caminar con seguridad al cielo». Veamos de probarlo, reduciendo a un breve compendio, según nuestra costumbre, la doctrina toda del Cardenal.
Antes de comenzar la materia del bien morir y de llegar a los preceptos de este Arte, trata la cuestión previa de la misma muerte, «y si es de tal jaez, que se deba contar entre las cosas malas, 6 ponerse en el catálogo de las buenas». Y verdaderamente que, «si la consideramos desnuda y como se presenta a la vista, todos la condenaremos por mala», responde Belarmino, «pues nos priva de la vida tan amada a los vivientes». Demás de que Dios no hizo la muerte, sino que por envidia del demonio tuvo entrada en el mundo, como se escribe en los libros sapienciales; y añade el Apóstol, confirmando esto mismo, que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte s: señal clara y argumento evidentísimo de que no puede ser cosa buena, sino muy mala de su cosecha.