Camperas
Leonardo Castellani
Introducción
Amigos de Dios: una buena mañana resulta que me determiné a escribir fábulas, que son, según Aristóteles, lo más fácil de la literatura.
Agarro, pues, y me bajo con Iriarte, Samaniego, La Fontaine, Esopo, Fedro, Melgar y Joaquín González debajo del brazo, a ver si de ese modo hacía cosa buena, al minúsculo jardín que tengo, compuesto de cuatro palmeras, una parra, una hiedra, un magnolio y algunas rosas.
Y estando en ésas, dale que darás a los libros, de repente se me aparece la Musa de la Fábula.
—Ah, torpe —me dijo—, torpe! ¿Qué andás allí revolviendo papelotes? ¡Escribe sencillamente lo que se te haya ocurrido!
—No se me ocurre nada —le dije.
—No escribas entonces. ¿Quién te manda escribir? ¿O qué se han pensado ustedes, los que andan escribiendo libros a la fuerza? Un libro no se debe hacer sino cuando uno ha concebido allá dentro un concepto vivo, que debe salir a la luz para bien del mundo.
—Yo, señora —le contesté humildemente—, no es que no tenga algo que decir al mundo, sino que lo que tengo es medio pobre y buscaba con qué adornarlo.
—Más vale salir pobre, que no vestido de ajeno —dijo ella—. Yo tampoco llevo sedas, y sin embargo no voy a robar a mi hermana Melpómene.
Y me señaló su blusa de percal, y su pollera de merino, el pañuelo del cuello y el rebenque sin virolas.
—¡Pero eso es mentira! —exclamará algún lector adusto— . Ni hay Musa de la Fábula, ni las musas visten así, ni todo eso tiene pizca de verosimilitud…
—Es que esto es una fábula, la primera, mi amigo; que nos enseña que hoy día las musas se visten corno quieren, o copio pueden, y que para escribir un libro bueno, hay que olvidarse de todos los otros libros, después de haberlos leído todos.
Quiera Dios que mi editor opine lo mismo.
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