Fray Luis de León
PROLOGO
En los cuarenta años que reinó Salomón en Jerusalén, edificando, con pompa no igualada, la casa de Jehová, y también la suya propia; gozando en paz de las innumerables rentas que le llevaban las doce tribus; ejerciendo su justicia como varón inspirado; llenando de asombro a quien, como la rema de Saba, veía resueltas y declaradas por él las más difíciles preguntas que vino a someterle, todo Israel fulgura en la historia como un montón de oro. El libro primero de los Reyes, en lo que a Salomón toca, es todo un resplandor. Pero el final de la historia nos hace ver que tanta grandeza torció el ánimo del rey, llevándole a la idolatría, por el camino del amor desordenado:
«Empero el rey Salomón amó, a más de la Hija de Faraón, muchas mujeres extranjeras: a las de Moab, a las de Ammán, a las de Idumea, a las de Sidón, y a las Hetheas;
»Gentes de las males Jehová había dicho a los hijos de Israel: No entraréis a ellas ni ellas entrarán a vosotros; porque ciertamente harán inclinar vuestros corazones tras sus dioses. A éstas, pues, se juntó Salomón con amor.
»Y tuvo setecientas mujeres reinas, y trescientas concubinas; y sus mujeres torcieron su corazón.
»Y ya que Salomón era viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos; y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de su padre David.
»Porque Salomón siguió a Astaroth, diosa de los Sidonios, y a Milcom, abominación de los Ammonitas…» (I, Reyes, II).
Es de suponer que ya entonces se le habían cegado aquellas fuentes de sabiduría de las que manaron, en los días prósperos, palabras que todos los pueblos venían a oír, movidos por la fama:
«Que fué mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales y que toda la sabiduría de los Egipcios.
Y aun fué más sabio que todos los hombres; más que Ethán Ezrahita, y que Emán y Calchol y Darda, hijos de Mahol; y fué nombrado entre todas las naciones de alrededor.
»Y propuso tres mil parábolas; y sus versos fueron mil y cinco…» (I, Reyes, 4).