Diego Jaramillo
En los grupos de oración, en las comunidades carismáticas y en la Iglesia Católica en general se utilizan los nombres de “pastor” y “pastoreo” y con ellos se designa al ministerio de acompañamiento y guía espiritual. Normalmente, el nombre de pastor se reserva a los obispos y a los párrocos. Por extensión y en un sentido más amplio, lo referimos aquí a las personas que en la Iglesia ayudan a sus hermanos a crecer en la gracia y el conocimiento del Señor.
Comencemos recordando algunos textos bíblicos importantes que nos permitan conocer el oficio de los pastores y que nos ayuden a comprender el servicio de pastoreo en los grupos carismáticos.
LOS LIBROS HISTÓRICOS
En el Antiguo Testamento, el pastorear rebaños era una actividad propia de los patriarcas, y su uso frecuente revela que no sólo ellos, sino muchas gentes de su tiempo vivían de la ganadería en Palestina. Recordemos algunos ejemplos.
Abel ofrecía a Dios sus mejores ovejas en sacrificio (cf Gén 4, 4); Yabal o Jabel es considerado padre de los que habitan en tiendas y crían ganado (cf Gén 4, 20); Abraham poseía numerosos ganados y lo mismo se dice de su sobrino Lot (cf Gén 12, 16; 13, 1-12). También eran ganaderos los parientes de Abraham: Labán, Betuel y Rebeca (cf Gén 24, 15-26).
Las vidas de Jacob y de Esaú se desarrollan en el cuidado de las ovejas y las cabras (cf Gén 31, 1-21; 32, 14-22). Con razón Jacob, recordando su experiencia, la elevará al plano espiritual y exclamará: “Dios ha sido mi pastor desde que existo hasta el presente día” (Gén 48, 15). Dios es el pastor (cf Gén 49, 24).
La esclavitud en Egipto, que duró cuatro siglos, no cambió las prácticas de Oriente. Moisés ocupaba su tiempo apacentando los rebaños de su suegro (cf Éx 3, 1). Recordando quizá sus experiencias, cuando ya se acerca su fin, ora así a Yahvé: “Que Dios ponga un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga y entre delante de ellos y que los haga salir y entrar para que no quede la comunidad de Yahvé como rebaño sin pastor” (Núm 27, 16-17).
Avanzando en el correr de los años, vemos a David, quien cuando era un muchacho cuidaba los rebaños y se enfrentaba con osos y leones para defender sus ovejas (cf 1 Sam 16, 11; 17, 34-38). Dios se lo recuerda: “Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel” (cf 2 Sam 7, 8; Crón 17, 7).