Conferencias. Morir es de vital importancia
Elisabeth Kübler-Ross
Morir es de vital importancia
Nací en Suiza, en el seno de una familia típicamente suiza, muy frugal como la mayoría de los suizos, muy autoritaria como la mayoría de los suizos, muy… poco liberal, si se puede decir así. Tuvimos todas las cosas materiales del mundo, y nuestros padres nos amaban.
Pero yo fui una hija «no deseada» al nacer. No es que mis padres no desearan una niña. Estaban muy ilusionados de tener una hija, pero querían una niña bonita, hermosa, que pesara cuatro kilos al nacer. No esperaban trillizas y cuando llegué yo, sólo pesaba 900 gramos. Era muy fea, no tenía pelo, y fui una desilusión terrible para mis padres.
Al cabo de quince minutos, llegó la segunda, y veinte minutos después, salió un bebé de tres kilos, y entonces se pusieron muy contentos. Pero les habría gustado devolver a las otras dos.
Así que viví la tragedia de haber nacido trilliza. Es la peor de las tragedias, y no se la desearía ni a mi peor enemigo. Si has crecido siendo trilliza, es algo extraño, porque podrías caerte muerta, literalmente, y nadie se daría cuenta. Sentía que toda mi vida estaba obligada a demostrar que, incluso yo, una criatura de 900 gramos, tenía algún valor. Tuve que trabajar muy duro para ello, como creen algunas personas ciegas, que tienen que trabajar diez veces más que los otros para poder conservar sus empleos. Yo tenía que demostrar con todas mis fuerzas que merecía vivir.
Tuve que nacer y criarme de esta manera para poder hacer este trabajo. Tardé cincuenta años en comprenderlo. Tardé cincuenta años en darme cuenta de que no hay coincidencias en la vida, ni siquiera en las circunstancias de nuestro nacimiento, y de que las cosas que nosotros vemos como tragedias no son realmente tragedias a menos que decidamos convertirlas en tragedias. Porque también podemos optar por considerarlas como oportunidades que se nos presentan, oportunidades para crecer, y entonces podemos ver que son desafíos y claves que tal vez necesitemos para cambiar nuestra vida.
Cuando estás al final de tu vida y miras hacia atrás, no para valorar los días fáciles sino los más duros, las tormentas de tu vida, te das cuenta de que en realidad son los días más duros los que te han hecho lo que eres hoy. Como dijo alguien una vez: «Es como poner una roca en un molino. Tuya es la decisión de salir triturado o pulido».
Y criarse como trilliza es ese tipo de desafío: años y años y años sabiendo, siendo totalmente consciente, de que mi propia madre y mi propio padre no sabían si hablaban conmigo o con mi hermana, consciente de que mis maestras no sabían si merecía un sobresaliente o un suspenso y que por eso nos ponían siempre aprobados.
Un día mi hermana tuvo su primera cita con un chico. Estaba enamorada, como la típica adolescente que se enamora por primera vez. La segunda vez que el chico la invitó a salir, se puso muy enferma y no podía hacerlo. Estaba muy triste. Así que le dije: «No te preocupes. Si de verdad no puedes salir y eso te entristece y tienes miedo de perderlo, yo iré en tu lugar (sonrisas del público) y él nunca se dará cuenta de la diferencia».
Le pregunté hasta dónde habían llegado. La sustituí, y su novio no se percató de la diferencia en ningún momento. (Sonrisas del público.)
Quizá visto desde aquí os parezca una anécdota graciosa, pero para una adolescente como entonces era yo, fue muy trágico pensar que podía estar enamorada de alguien, salir con él, y ser total y completamente reemplazable. A veces incluso me pregunto si no seré mi hermana.
Era necesario que yo aprendiera esta lección temprano en mi vida, porque después de ese incidente, cuando me di cuenta de que el novio de mi hermana no sabía diferenciar entre ella y yo, tomé la decisión probablemente más difícil de toda mi vida: abandonar Suiza, abandonar a mi familia, abandonar la seguridad de mi hogar. Hice un viaje por la Europa de la posguerra. Estuve también en Suecia para organizar un taller para coordinadores de talleres.
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