José Kentenich
Prólogo
Toda espiritualidad eclesial, toda propuesta pastoral tienen una cristología implícita o explícita. Así es en el P. José Kentenich. El mismo formuló su visión de Cristo en diferentes momentos, lo cual en este libro se documenta luminosamente.
Para el lector iberoamericano hay en esta imagen del Señor resonancias particulares. Nuestro ámbito cultural llamó la atención al P. Kentenich, percibió una empatía suya con la manera de vivir y pensar el cristianismo de nuestros pueblos. Sin caer en simplificaciones burdas, se puede afirmar que el mundo iberoamericano tiene en su genio propio una inmediatez de lo humano en Cristo, “de la cercanía de Dios” (Doc. Puebla N°413) y un sentido familiar de la vivencia eclesial. Ya en los años treinta el P. Kentenich había expresado que su visión de Cristo era encarnacional, acentuando dentro de la más pura ortodoxia la realidad de que el Verbo encarnado es igual a nosotros en todo menos en el pecado. Esto tiene total coherencia con su marianismo, pues la Santísima Virgen es el seguro del realismo encarnacional. Para el P. Kentenich esa acentuación tiene consecuencias radicales. La primera es el tono de confianza fundamental, de aproximación al Dios infinito, puesto que Jesús, hermano nuestro, está en la Trinidad intercediendo por nosotros. Y por otro lado, subrayar lo encarnacional enfatiza nuestra condición de miembros del Cuerpo de Cristo, la dimensión social, comunitaria, solidaria de nuestra fe.
En el Documento de Puebla, cuando se caracteriza la idiosincracia latinoamericana, se dice que ella ha engendrado “una cultura que está sellada particularmente por el corazón y su intuición” (Doc. Puebla N° 414). Otras pinceladas de esa descripción apuntan en el mismo sentido. Se trata de una cultura comunicativa, que tiende a establecer vínculos afectivos. Se puede bien pensar que el alma de estos pueblos se reconocerá gustosa en una cristología como la del P. Kentenich. Esta se define como íntimamente deudora de una imagen del “Cristo de las relaciones”. En efecto, cuando a mediados de los años cincuenta se le pide al autor de las páginas de este libro que tipifique su propio modo de mirar a Jesucristo, él recurre a este “Cristo de los vínculos”. Es el Hijo predilecto del Padre: Cristo patrocéntrico. Es el Señor que tiene en María la Madre y Compañera en toda la obra de la redención: Cristo mariano. Es el Redentor del mundo, el Enviado a salvar a todos, el Buen Pastor que muere y resucita por los suyos: Cristo Apóstol. Se podría resumir diciendo que es el Cristo de las vinculaciones, el Cristo animado por el Espíritu Santo quien es el Vínculo de todo amar en y desde el Dios Vivo.
Hay muchas otras convergencias que se podrían anotar. Por ejemplo, el P. Kentenich toma de San Pablo la descripción básica de la existencia cristiana, cuando el Apóstol la caracteriza como un vivir “en Cristo”. Esto significa ser hijos en el Hijo. De aquí arranca una espiritualidad centrada en una piedad de infancia espiritual, la cual responde a una profunda vocación del alma latinoamericana.