Javier Olivera Ravasi
Prólogo
Por el R.P. Horacio Bojorge
Dice Santo Tomás de Aquino que la justicia se establece en el proceso. Consiguientemente, doble injusticia es la que comete un juez que procesa injustamente. Más grave aún es la injusticia que condena a muerte al inocente. Y la más atroz y suprema injusticia es la que se comete contra Dios.
El Padre Javier Olivera Ravasi convoca para una nueva instancia a un tribunal de apelación integrado por él y por otros tres jueces que han entendido en el más afamado juicio de la historia de la humanidad.
Son ellos Josef Blinzler y los hermanos Agustín y José Lémann, judíos conversos. Con ellos, nos ofrece hoy en este nuevo libro suyo, el análisis histórico-legal de la injusticia cometida por el tribunal que condenó a morir a Jesucristo. En esta nueva instancia nos reabre el expediente de ese inicuo proceso, –en este libro que es un juicio público y ante la sala del juzgado colmada por nuestra generación y nuestro tiempo– se lo descalifica una vez más.
Este tribunal, convocado y presidido por el Padre Olivera Ravasi, reconsidera ante nosotros las atrocidades acumuladas en un proceso tan injusto que uno se pregunta si no fue el peor que creaturas humanas hayan podido perpetrar. Los hermanos Lémann han señalado en él veintisiete irregularidades procesales invalidantes.
Y el Padre Olivera Ravasi estaba particularmente capacitado para convocar e integrar esta sala de justicia, para reexaminar el proceso y someterlo a juicio en una instancia histórica ulterior. Capacitado profesionalmente como Abogado y hombre de Derecho. Capacitado humana y católicamente por su pertenencia a la cultura hispana en su versión criolla. La tradición de la gran nación hispanoamericana, viva aún, a pesar de una conjura genocida, es portadora de un profundo y afinado sentido de la justicia y del honor debidos. En la gran nación hispanoamericana a la que pertenecen aún nuestras naciones, sobrevive todavía un instinto de justicia y una ciencia jurídica que se origina en los Fueros españoles, se plasma en las Partidas del Rey Alfonso el Sabio y alcanza cumbres inigualadas en la pléyade de juristas católicos del Consejo de Indias entre los que descuella Francisco de Vitoria y otros grandes juristas de la escuela de Salamanca.
No me ciega la amistad sino que afina mi percepción –ni me hace desistir el temor de herir la modestia del autor– para señalarle al lector que se asoma a las páginas de este libro lo que –precisamente gracias a la amistad– percibo. Y es un pulso de escritor –la lectura del texto es un deleite pues se lee como una crónica histórico-periodística de crimen– que conjuga lo que debe su autor a las condiciones de abogado, de historiador, de periodista, de hombre de confianza de Jesucristo elegido por eso para el sacerdocio, de hombre de fe, de teólogo y apologista defensor de la fe de los sencillos agredida (Que no te la cuenten).
¿Acaso todas esas capacitaciones apuntaban a su destinación para convocar y presidir este tribunal en la reapertura de este proceso?
Como los jueces y abogados construyen su fama en sus éxitos de juicios famosos; ¿no puede considerarse este libro, en su brevedad, como una cumbre entre los numerosos que el Padre Olivera Ravasi nos ha brindado hasta ahora? Mientras escribo se me evoca el velo de la Verónica, la que vino a enjugar el rostro escupido y difamado, a restaurar la fama del Dios y Hombre inocente, injustamente condenado como blasfemo, por el sólo hecho de revelar su verdadera identidad. También este libro repara y limpia la faz de Cristo de la injuria inferida.
Aparece este libro en tiempo de Cuaresma, Semana Santa y Pasión. Es de esas obras que no caducan sino que será siempre actual. Será una obra a la que volveremos siempre con provecho espiritual; en cada Cuaresma, en cada Semana Santa y en cada Viernes Santo. Este libro nos pondrá delante de “Aquél a Quien traspasaron” pero aún no lo tienen en cuenta. Aquél que, no obstante, ilumina el rostro de quienes lo contemplamos.
El injustamente condenado ha sido erigido por su Padre en Juez. Cada Viernes Santo somete a su pueblo a un interrogatorio y a un reproche que apunta a suscitar compunción y conversión:
Popule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristavi te? Responde mihi.
¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho? ¿O en qué te he contristado? ¡Respóndeme! (Miqueas 6,3)
La demanda de Dios está entablada. Los improperios de cada Viernes Santo vuelven a establecer el interrogatorio judicial divino. Parece percibirse el silencio expectante de los coros angélicos aguardan la respuesta de los demandados.
Me entero, por estas páginas que, en vano, se ha solicitado por lo menos dos veces, la revisión y la revocación del juicio. Es, pues, una causa pendiente, cuya reconsideración y revocación aguarda Dios expectante, y con él sus Ángeles y sus Hijos, y la Iglesia Esposa.
Es Dios mismo quien mantiene abierta la causa contra los jueces injustos de todos los tiempos.