Dar de beber al sediento: La vida como valor supremo
Francisco J. Castro Miramontes
Dar de beber…
[…] muéstrate piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el de la misericordia que el de la justicia.
Miguel de Cervantes
El ser humano es en sí una criatura finita que requiere para sí una serie de elementos fundamentales que son los que hacen posible la vida, y la sustentan una vez originada. En ese sentido podríamos advertir ya que la sed es consustancial al ser humano y, por tanto, una necesidad básica que ha de ser atendida, de lo contrario la salud se resiente, y la vida misma se siente amenazada.
De ahí que la mentalidad cristiana, orientada desde la ley máxima, la salus animarum («la salud del alma»), haya visto siempre en el hecho de «dar de beber al sediento» una formulación concreta de una fe práctica que no se mueve solo en el ámbito espiritual sino que se hace concreta y visible en el hecho mismo de procurar el bien de las personas.
Parece obvio, pero no lo es tanto al constatar que aún hoy millones de personas no tienen acceso a agua potable o saneada, lo cual supone unas graves consecuencias que atentan contra la dignidad de las personas, contra la vida misma.
Por eso, en el marco de la celebración del año jubilar de la Misericordia, como el mismo papa Francisco nos recuerda, las obras de misericordia nos pueden ayudar a cambiar el mundo, a transformarlo, a reconvertirlo en aras siempre de la búsqueda del bien de la humanidad, sin exclusiones, sin injusticias, sin explotación.
La fuente de inspiración es el propio evangelio en el que Jesús mismo se hace palabra significativa y vida elocuente que habla a las claras del valor del amor, como cimiento de la civilización y el más bello mensaje divino. Si el amor es el fundamento de la fe cristiana («Dios es amor»; 1Jn 4,8) no podemos pasar de largo, sin querer mirar o evitando la mirada (el pecado de la indiferencia) de tantas y tantos sedientos (necesitados) de vida y plenitud, de dignidad y esperanza. Porque el reino de los cielos es también un reino de justicia. Y no hay justicia auténtica sin misericordia, sin capacidad de perdón, pero también de rectificación, de propósito de enmienda y cumplimiento de la misma.
La vida humana en sociedad no ha de limitarse a un vivir por inercia, de espaldas a los demás, con una visión de rivalidad o competitividad, sino con un sentido fraterno de la responsabilidad, entendiendo que juntos viajamos en un mismo tren, y que la convivencia es un don concedido, y conquistado al mismo tiempo, por el ser humano.
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