De Kirkegord a Tomás de Aquino
Leonardo Castellani
PREFACIO
Este título «De Kirkegord a Tomás de Aquino» no es gusto de paradojar, mas alude a mi última peregrinación antes de abandonar la filosofía —por la exégesis. Hace ya muchos años, veinte o treinta. Ocurrió así: empecé a leer con asiduidad a Kirkegord y naturalmente habiendo sido educado en Tomás de Aquino refería mentalmente lo que leía del danés, a veces cosas estupendas, al napolitano; y los dos se fueron lentamente aproximando hasta que al fin se confundieron casi; pues, como dijo un gran crítico danio-francés (Knud Ferlov) al fin de su vida las posiciones filosófico-teológicas de Kirkegord coincidieron con las de Tomás de Aquino; aserto que tiene que ser calibrado y sopesado, como veremos.
¿Cómo caí a leer Kirkegord aquí en la Argentina, siendo yo tomista de la estrecha observancia? Ocurrió que había leído sus dos obras traducidas aquí, a saber: «El concepto de la Angustia» y el «Tratado de la desesperación» y me dieron rabia, musitando mi alma latina: «Estos nórdicos vienen aquí a querer enseñamos religión, con sus almas brumosas y exóticas, cuando debían escuelarse de nosotros que tenemos claro el pesquis. Con razón poetó Menéndez y Pelayo… etc». Y tiré los dos libros, bastante mal traducidos, y sin notas, al fuego. Kirkegord lo mismo que la Biblia, no debe ser leído sin notas.
Pero poco después fui contratado de lector de Filosofía pro pane lucrando en el Instituto de Monseñor Tavella en Salta; y allí teníamos que explicar obedientemente lo que los Reverendísimos Profesores de la Universidad Oficial de Tucumán nos mandaban programado. A mí me tocó Kirkegord, entre otros, en uno de esos programas. (Entre paréntesis, cuando llegaron los exámenes, constaté que el Profesor Tucumanio que había forjado el programa para Salta no sabía de Kirkegord ni papa). Yo salí del paso escribiendo al Doctor Héctor D. Mandrioni, el cual me envió el volumen «Etudes Kirkegordiennes» de Jean Wahl; el mejor libro sobre Kirkegord o uno de los mejores. Al final del eximio libro había una «excerpta» o selección del Diario de Kirkegord. El Diario de Kirkegord (que él no llamó así) es la clave de toda su obra; de modo que entendí pronto, no solamente los difíciles libros supracitados, sino todos los otros libros que empecé a adquirir con voraz dificultad, en francés, en inglés o en alemán. También en español el excelente y morrudo estudio de J. Antonio Collado «Kierkegaard y Unamuno» (Ed. Gredos, Madrid, 1962) que puede servir de «introducción» a Kirkegord faltando Wahl. Es difícil el libro; pero ¿es fácil Kirkegord?
Cuando se me hicieron masticables los estilos, las alusiones y las elucubraciones del endiablado dinamarqués, me di cuenta que él respondía bruscamente por ahí a muchas preguntas, cuestiones y dificultades mías dando de pleno en el clavo. Por lo cual me formulé la apreciación de que Kirkegord sabía más que Santa Teresa. Lo cual es falso o bien no se debe decir. Lo que pasa es que Sta. Teresa tiene un mensaje para el siglo XVI y Kirkegord para el siglo XX (no XIX, su propio siglo, ojo). Además a Sta. Teresa ya la tenía olvidada de puro sabida, y Kirkegord tenía todo el atractivo pimientoso de la novedad y el excentricismo.
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