Marino Restrepo
PRÓLOGO
Es muy satisfactorio prologar este relato documental, expresado como sincera y audaz confesión, con la humildad y amor a la verdad que corresponde no sólo a la primera parte tan aparentemente negativa, como a la segunda, tan positivamente opuesta. Es la resurrección que no podría darse sin haber muerto primero.
Tres citas: del apóstol Pablo, san Agustín y san Juan de La Cruz, orientan al lector definitivamente para meditar sobre Dios Amor que sigue hoy día haciendo vivir los corazones de los seres humanos. Estas citas están distanciadas veinte, dieciséis y cinco siglos.
Dice san Pablo:
“…Pues todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios. Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los ha librado de culpa, mediante la liberación que se alcanza por Cristo Jesús. Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón. Este perdón se alcanza por la fe y demuestra que Dios es justo y que, si pasó por alto los pecados de otro tiempo, fue solo a causa de su paciencia. Igualmente demuestra que Dios es justo ahora, y que sigue siendo justo al declarar libres de culpa a los que creen en Jesús”
1 Romanos 3,23-26.
Dice san Agustín:
“Hubieses muerto para siempre, si Él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si Él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. No hubieras podido volver a vivir, si no hubiera venido Él al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras padecido, si no hubiera venido. Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención”.
Sermones de san Agustín, Obispo.