Dios, ¿Dónde estás?
Carlos Mesters oc
Prólogo
La parábola de la puerta
Desde el punto de vista ventajoso en que me encuentro para hablar de la Biblia, veo una puerta, la puerta por la que el mundo tiene acceso a aquélla. He observado esa puerta desde mi ventana, he visto cómo la gente la atravesaba y he estudiado su historia, que es también la historia de este libro. Esa historia, que se describe en este prólogo, es muy sencilla y, hasta cierto punto, simbólica. Es una parábola que expresa perfectamente el mensaje de este libro.
En el pueblo había una casa. La llamaban Casa del Pueblo. Era muy antigua y estaba bien construida. Tenía una hermosa y ancha puerta que daba a la calle por la que pasaba la gente.
Pero era una puerta extraña. Su umbral parecía suprimir la separación entre la casa y la calle. Quienes entraban por la puerta tenían la sensación de que estaban todavía en la calle. La gente que salía por ella hacia la calle no dejaba de sentirse acogida y arropada por la casa. Nadie caía en la cuenta de esto porque les parecía algo tan natural como la luz y el calor cuando brilla el sol.
La casa formaba parte de la vida del pueblo, gracias a aquella puerta por la que la casa se hacía una sola cosa con la calle y ésta una sola cosa con aquélla. Era el punto de reunión donde todo sucedía, todo se discutía y la gente se encontraba. La puerta permanecía abierta día y noche. Su umbral estaba desgastado por años de uso. Mucha gente, todo el pueblo en realidad, pasaba por ella.
Un día llegaron dos sabios. Venían de fuera. No eran del pueblo. No conocían la casa, pero habían oído hablar de su gran antigüedad y de su belleza y deseaban verla. Eran profesores que conocían el valor de las cosas antiguas. Vieron la casa y
pudieron comprobar enseguida lo preciosa que era. Pidieron permiso para quedarse allí. Pretendían estudiarla.
Buscaron y encontraron una puerta lateral. Utilizaron aquella puerta para entrar y salir mientras llevaban a cabo sus estudios. No querían que les distrajeran el ruido y el ajetreo de la gente que entraba y salía por la puerta principal. Buscaban la tranquilidad que necesitaban para pensar.
Se instalaron dentro del edificio, lejos de la puerta que utilizaba la gente, en un rincón oscuro, absortos en la investigación del pasado de la casa.
Cuando la gente entraba, veía a los dos sabios rodeados de gruesos volúmenes y un complicado equipo. Cuando se aproximaba a ellos, la gente sencilla permanecía en silencio. Se quedaban inertes para no importunar a los sabios. La gente estaba muy impresionada. «Están estudiando la belleza y el pasado de nuestra casa», decían. «¡Son profesores!»
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