Joseph Ratzinger
La crisis del cristianismo en los comienzos
DEL TERCER MILENIO
Al comienzo del tercer milenio, y precisamente en el ámbito de su expansión original, Europa, el cristianismo se encuentra inmerso en una profunda crisis que es consecuencia de la crisis de su pretensión de la verdad. Esta crisis tiene una dimensión doble: en primer lugar, se plantea cada vez más la cuestión de si realmente es oportuno aplicar el concepto de verdad a la religión; en otras palabras, si les está dado a los hombres conocer la auténtica verdad sobre Dios y las cuestiones divinas. Para el pensamiento actual, el cristianismo en modo alguno está mejor situado que el resto de religiones. Al contrario: con su pretensión de la verdad parece estar especialmente ciego frente el límite de nuestro conocimiento de lo divino.
Todo este escepticismo general frente a la pretensión de la verdad en materia de religión se ve respaldado, además, por las cuestiones que la ciencia moderna ha planteado sobre los orígenes y los contenidos del cristianismo: con la teoría de la evolución parece haberse superado la doctrina de la Creación; con los conocimientos sobre el origen del hombre, la doctrina del pecado original; la exégesis crítica relativiza la figura de Jesús y cuestiona su conciencia de Hijo; el origen de la Iglesia en Jesús parece dudoso, etc. El fundamento filosófico del cristianismo resulta problemático tras el «fin de la metafísica» y sus fundamentos históricos quedan en entredicho por efecto de los métodos históricos modernos.
Por eso también resulta fácil reducir los contenidos cristianos a lo simbólico, no atribuirles mayor veracidad que a los mitos de la historia de las religiones, verlos corno una forma de experiencia religiosa que debiera situarse con humildad junto a otras. Al parecer, así considerado, se podría seguir siendo cristiano y se siguen utilizando las formas de expresión del cristianismo, cuya exigencia se ha transformado radicalmente: la verdad, que era una fuerza vinculante y una promesa segura, se convierte en una forma de expresión cultural del sentimiento religioso general que nos corresponde por nuestro origen europeo.
Corno esto es así, hay que plantear de nuevo la cuestión ya antigua de la verdad del cristianismo, por muy superflua y difícil de responder que les resulte a muchos. Pero ¿cómo? Sin duda, la teología cristiana deberá examinar cuidadosamente las distintas instancias que se han alzado contra la pretensión de la verdad del cristianismo en el ámbito de la filosofía, las ciencias naturales, la historia, y tendrá que enfrentarse a ellas. Pero, por otro lado, deberá intentar también obtener una visión general de la cuestión de la verdadera esencia del cristianismo, de su lugar en la historia de las religiones y su localización en la existencia humana.
En sus orígenes, ¿cómo contempló el cristianismo su lugar en el cosmos de las religiones? Lo sorprendente es que, sin vacilar, Agustín adjudica al cristianismo un puesto en el ámbito de la «teología física», en el ámbito del racionalismo filosófico. Este hecho implica una evidente continuidad de los primeros teólogos del cristianismo —los apologetas del siglo II— respecto al lugar que Pablo adjudica a lo cristiano en el primer capítulo de la Carta a los romanos, que a su vez se basa en la . teología de la sabiduría del Antiguo Testamento y, a través de ella, se remonta al escarnio de los dioses de los Salmos.