Eclesiastés: El colapso del sentido
Víctor Morla Asensio
Presentación
Este sorprendente libro bíblico que el lector tiene entre manos constituye el ejemplo más claro de lo que podríamos denominar «literatura del disenso». La autocomprensión de Israel como pueblo elegido, como comunidad de la alianza con Yahvé, responde a un constructo histórico-religioso fraguado durante siglos. Pero la visión idílica de un Yahvé compañero de viaje comenzó a ponerse en tela de juicio, incluso a desvanecerse, cuando las garras de Nabucodonosor despedazaron Jerusalén y sus instituciones e Israel fue perdiendo entidad y convirtiéndose en un campo de ensayo militar de otras potencias del Próximo Oriente, hasta acabar diluyéndose en el concierto de las naciones. Las dudas sobre la supuesta fidelidad de Yahvé comenzaron a instalarse en algunas voces críticas. El disenso ya se percibe en germen en Lamentaciones y aflora con crudeza en el libro de Job. Pero el planteamiento adelantado por estos dos libros se circunscribe al ámbito teológico. Será Qohélet quien agrande la duda, quien se pregunte no ya por el sentido del menoscabo histórico de Israel y por las fallidas promesas divinas, sino por el sentido de la propia existencia humana, caso de tener que aceptar la teología israelita en vigor.
Decir «sentido» no remite solo a sensus (que también), sino sobre todo a significatio. Las preguntas a las que Qohélet pretende dar respuesta a lo largo de sus reflexiones se concentran en la siguiente cuestión: ¿tiene algún sentido la existencia humana? Pero, dado que el ser humano solo puede ser definido como tal desde su estatuto trascendente, es decir, desde su apertura al otro y a lo otro, la pregunta podría refractarse: ¿tiene algún sentido que nos afanemos en saber quiénes somos y qué hacemos en este mundo? ¿Proporciona algún saldo positivo la convivencia humana? ¿Hay algún modo de que salgamos airosos con nuestros distintos proyectos? Y desviando la mirada hacia lo que nos rodea: ¿encierra en sí el mundo material alguna arcana finalidad? Uniendo ambos factores, urge la pregunta: ¿puede el ser humano, dentro de un cosmos aparentemente moral y ordenado, diseñar proyectos lineales, evolutivos e imperecederos, con una sólida finalidad in crescendo? ¿Existe algún asomo de intencionalidad en la existencia humana y en su correlato cósmico?
En las comunidades humanas, la mayoría de edad constituye un punto de inflexión que corona el proceso de socialización del futuro integrante iure proprio de la comunidad. En Israel, como en el resto de sociedades, dicho proceso se llevó a cabo mediante la configuración de un guion social que trataba de dotar al individuo de armonía interior y de facilitarle la integración en el grupo de forma no traumática, contribuyendo así a su desarrollo. En este guion social predominaba el binomio «sabio/necio», que equivalía en el plano ético a «justo/injusto». El joven era invitado a entrar en un proceso «racional» que desembocaba en la sabiduría/justicia y que estaba dinamizado por la doctrina de la retribución: relación intrínseca e indisoluble (por tener origen divino) entre una acción y su resultado. Una acción prudente tenía como corolario un resultado favorable y, al contrario, a una acción irreflexiva correspondía un resultado pernicioso. Prov 10-29 y Eclesiástico se sitúan en el eje de este sistema educativo y socializador de la persona. Pero hubo dos importantes y genuinas voces discrepantes que se posicionaron contra los presupuestos epistemológicos y éticos de dicho guion social: Job y Qohélet. El primero percibe con claridad meridiana la inadecuación del guion; el segundo lo rechaza, sin más. Pero aunque Job bracea de forma agónica entre el todo y la nada, solicitando un litigio, a priori suicida, con la divinidad, se siente al mismo tiempo empujado por una confianza inquebrantable en su propósito y una fe no menos firme en el dios por quien se siente injustamente acosado. Qohélet, sin embargo, parece haber superado esta etapa y se mueve entre un contenido desdén y una frágil propuesta ínsita en el más acá. Mientras Job brega en la noche en busca de un dios esquivo, de un resquicio de Luz que le oriente, Qohélet ha prescindido de ese élan religioso y mantiene con Elohim una prudente distancia, una relación -diríamos-políticamente correcta.
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