Educar el carácter
Alfonso Aguiló Pastrana
INTRODUCCIÓN
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.
Sé tú el que aparta la piedra del camino.
Gabriela Mistral
En el interior de un chico o una chica de trece a dieciocho años late un desarrollo casi imposible de medir. Es como una primavera de la vida que fluye con una riqueza extraordinaria. Quienes no tratan con gente joven —o lo hacen con lejanía— no sospechan siquiera cuántas dudas, cuántas tempestades, cuántos afanes apasionados lleva consigo la transformación del espíritu adolescente.
Para los padres, ayudar a sus hijos en la formación del carácter y la personalidad —para los que estas edades constituyen una etapa clave— ha de resultar un deber ineludible y al tiempo una satisfacción inmensa.
—Pero ya sabes aquel dicho universitario de que qui natura non dat, Salamanca non prestat: lo que la naturaleza no da, no siempre se puede suplir con educación, por muy buena que sea.
Efectivamente, y por eso no podrás pretender que tus hijos que sean unos genios, porque les puede faltar el sustrato natural necesario para serlo. Pero hay otros aspectos, como el carácter, que dependen menos de la naturaleza y más de la educación que cada uno recibe y de las cosas que uno hace: nuestro carácter — decía Aristóteles— es el resultado de nuestra conducta.
El carácter no es como un apellido de alta alcurnia que se hereda sin trabajo. El carácter viene a ser como el resultado de una contienda singular que cada uno libra consigo mismo y de la que depende en mucho el acierto en el vivir. Una lucha que comienza a edades muy tempranas y que queda ya casi decidida al final de la etapa que nos ocupa.
Tanto si eres padre o eres madre, como si eres, querido lector, un adolescente a quien le preocupa mejorar su carácter, no quieras dejar esa tarea para más adelante. Fíjate, para mejorar, en este año. No pienses en dos ni en cinco. No lo dejes para cuando vengan esas circunstancias favorables que luego nunca llegan, o que cuando llegan resultan no serlo tanto. Piensa, para esto, en el presente y en el futuro inmediato. Después, quizá sea ya tarde.
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