El Abandono de los Sagrarios Abandonados
San Manuel González García
I. Contra qué y para qué se escribe este libro
128. Se escribe contra un mal tan grave como poco conocido y reparado. ¡El abandono de los Sagrarios acompañados!
Ved aquí un tema de conversación que, sin acertar a explicarme enteramente el por qué, vengo a tiempo rehusando y deseando tratar.
Quizá el temor de que mis palabras den ocasión o pongan en peligro de disminuir la compañía que ya se da al Sagrario, sin conseguir disminuir los abandonos con que, a las veces, ¡y ojalá no fueran tantas!, van mezcladas esas compañías, me haya tenido en este estado de perplejidad entre hablar o callar.
Idea obsesionante
129. Os confieso que es idea que me ocupa y me llena, que se me comprueba con harta frecuencia, y de hartos modos, y que llega hasta a punzarme y ponerme triste, sin que haya podido evitar que alguna vez al correr de la pluma, se hayan escapado por los puntos de ésta algunas gotas de la amargura que aquella idea levanta en mi corazón.
¡Tengo tan clavada en él la mirada angustiada de Jesús solo en medio de muchedumbres cristianas!
¡Se va metiendo tanto y tan hondamente en mi alma la persuasión y la compasión de esa soledad!
Mas, por otra parte, he podido comprobar que eso de hablar de Sagrarios abandonados es lenguaje tan duro para muchos oídos cristianos, que, antes de reconocer la dolorosa, es verdad, pero indiscutible realidad de ellos, hay muchos, muchos de éstos que rotundamente lo niegan, temerosamente lo limitan, torcidamente lo explican o airadamente exigen que se deje de hablar y de escribir de eso como de cosa que escandaliza.
Y si esto ocurre con hechos de una actualidad y de un relieve y de una repetición tales que bastan los ojos de la cara para enterarse de ellos, ¿qué acontecería con hechos, más sentidos que presenciados, más adivinados que vistos a plena luz, más echados de menos que de más?
Y ése es el hecho del abandono del Sagrario acompañado: hecho tan cierto, no pocas veces, como merecedor de todas las lágrimas de desagravio de los ojos amantes y de todos los corazones buenos…
Lo que me decide a hablar
130. En estas vacilaciones me hallaba cuando llega a mi mesa de trabajo esa carta, que vais a leer. El ser un sacerdote, un Párroco que son entre los sacerdotes los que llevan las preferencias de mi cariño, quien la escribe, sin conocerme y sin que yo le conozca, y el acento de sincera curiosidad, de cariñosa e inquieta solicitud al par que, de deferente afecto, han sido como la gota de agua que ha hecho rebosar el vaso de mis deseos de hablar y.… voy a hacerlo.
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