José Miguel Ibáñez Langlois
INTRODUCCIÓN
El Catecismo de la Iglesia Católica es una exposición, a la vez monumental y sintética, de la íntegra doctrina cristiana. No hace falta subrayar aquí su hondura y su claridad, así como el inmenso servicio que ha prestado a la Jerarquía y a los fieles laicos, a maestros y discípulos de toda especie, desde su publicación en 1992 hasta nuestros días.
El lector puede preguntarse entonces qué sentido tiene el presente libro, que con análoga intención doctrinal cubre las mismas materias, y lo cita con frecuencia. Debe recordarse, sin embargo, que ese gran Catecismo se presenta como un texto de referencia para que se escriban otros catecismos, compendios o exposiciones de diversa índole pedagógica, pastoral o literaria, en función de necesidades eclesiales también diversas.
¿Cuál es, pues, el tipo de necesidad o conveniencia que este libro pretende llenar? Me atreveré a decir que las mismas calidades magisteriales y documentales del Catecismo pueden dificultar a veces su lectura con fines de meditación personal, o su estudio como libro de texto, a causa de su densidad y de su rigor impersonal.
Por ese motivo, el uso prolongado que he hecho de él, en el acompañamiento de almas y en la docencia, me ha sugerido una obra más divulgativa que, basada en el propio Catecismo, incluya comentarios e ilustraciones, énfasis pedagógicos y apologéticos, pastorales y espirituales, a la vez que el sesgo existencial, el calor de una experiencia personal y, por qué no, la nota afectiva, factores todos que no corresponden a un texto del Magisterio, sino que solo pueden ser de la exclusiva responsabilidad de un autor particular.
Esta obra es, pues, una versión divulgativa y sintética del Magisterio de la Iglesia, y de los principales capítulos de su doctrina dogmática, moral y espiritual.
Al escribirla he tenido en cuenta las interrogantes y los problemas, las preguntas y las dudas más frecuentes de fe y moral, que he visto plantearse a moros y cristianos durante casi seis décadas de sacerdocio y docencia. De hecho, el primer germen de estas páginas fueron mis apuntes de los cursos de teología que dicté por largos años en la universidad, con el Catecismo en la mano, por decirlo así, para alumnos de distintas carreras.
Solo debo añadir que la responsabilidad personal de mi autoría ha incluido la libertad de extenderme más (a veces bastante más que el Catecismo) en ciertos temas, que corresponden a los problemas arriba mencionados, y también la libertad de abreviar otros, por las razones pastorales que antes dije.
Esos mismos motivos me han llevado a citar menos, según los casos, los documentos del Magisterio, y más a ciertos autores particulares, casi siempre contemporáneos, sin descuidar nunca, eso sí, el recurso continuo a las Sagradas Escrituras. No ignoro que a veces he repetido algunas citas bíblicas en distintos capítulos, pero las he conservado así por su necesidad y su diversa plenitud de significado.
Estas singularidades varias obedecen todas a un mismo fin: divulgar la sabiduría del Catecismo, facilitar la comprensión de los misterios de la fe y de su hermosura divina y humana, y acercarlos a la práctica religiosa y moral de un cristiano corriente.