El arte de ser feliz
Padre Ignacio Larrañaga
PRÓLOGO
Sufrir a manos llenas
La ciencia y la tecnología han logrado primero mitigar y después neutralizar por completo el dolor corporal. Pero éste es un ingrediente insignificante en el vasto océano del sufrimiento humano, ya que dicho sufrimiento presenta mil rostros, ofrece millares de matices, emana de infinitos manantiales, de tal manera que cualquier sujeto desprevenido puede sentirse tentado a sentenciar: nacimos para sufrir.
Basta asomarse a la puerta de cualquier vecino y no encontraremos casa donde el sufrimiento no haya instalado su sede real.
No es el caso de un muerto que llama a otro muerto, o de una playa desolada sin cantos ni mareas, oír de un pozo seco donde los hombres arrojan piedras. No, es una corriente caudalosa que arrastra dramas, llanto y frustraciones, y no hay manera de acallar el clamor.
Si fuéramos capaces tan solo de entreabrir las puertas de cada intimidad, no encontraríamos un solo corazón donde no habite la tristeza, el temor o la desolación. Sufre el pobre porque es pobre, sufre el rico por ser rico, sufre el joven porque es joven y sufre el anciano por ser anciano. ¡Sufrir!, he ahí el manjar que nunca falta en el convite de la vida.
Las innumerables enfermedades, las mil y una incomprensiones, los conflictos íntimos, las depresiones y obsesiones, rencores y envidias, melancolías y tristezas, las limitaciones e impotencias, propias y ajenas, penas y suplicios… ¡Señor, Señor!
¿Qué hacer con este bosque infinito de hojas muertas?
Este libro que retienes en tus manos, querido lector, te dará la respuesta oportuna a esa pregunta.
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