El Cardenal Pie: Lucidez y coraje al servicio de la Verdad

Alfredo Sáenz

Prólogo

Para sostener y animar a sus discípulos en medio de las incomprensiones y persecuciones que esperan a todo fiel pregonero de la verdad, San Pablo les exhortaba a buscar la “consolatio scripturarum”. El consuelo de las escrituras no se refiere tan sólo a las enseñanzas de los Libros Sagrados, sino a todo lo que nos ha sido transmitido de la historia y de su pueblo, y lo que la sabiduría y la experiencia de nuestros antepasados pueden enseñarnos para comportarnos rectamente frente a las realidades de nuestro tiempo.

El Cardenal Pie es uno de esos grandes espíritus que tienen mucho que enseñarnos hoy, y es sin duda una obra útil y meritoria hacer conocer su personalidad y su pensamiento. Ha vivido en un período en que se presentaban problemas religiosos, sociales y políticos muy semejantes a los que vivimos ahora. Recuerdo muy bien cómo hace cincuenta años el estudio de las obras de personajes como el Cardenal Pie y el escritor Louis Veuillot nos ayudaba a comprender ciertos fenómenos nuevos para mi patria canadiense pero que Francia había vivido y sufrido varias décadas antes. La perspicacia y el valor de estos grandes pensadores y hombres de acción nos preparaban para reconocer a los enemigos de la verdad y de la religión y para detectar sus maquinaciones, ocultas a menudo detrás de legislaciones o políticas aparentemente dictadas por la piedad o la búsqueda de la paz.

La parte del libro consagrada a la biografía del Cardenal es breve, concisa, pero muy viva y sumamente útil para comprender la substancia y la tonalidad especial de sus discursos y escritos. Muestra la fidelidad del dignatario de la Iglesia a sus ideales de joven ardiente y de sacerdote apostólico, vecino a su grey. Muestra la unidad, la coherencia entre sus convicciones, maduradas en la oración al pie del Santísimo, y sus actividades en favor de la comunidad eclesial y de las instituciones. Muestra también cómo, en todas las etapas de su vida, la docilidad frente al magisterio del Pastor Supremo y una obediencia escrupulosa a su persona, fueron el secreto de la seguridad de Luis Eduardo Pie cuando tuvo que tomar decisiones difíciles y denunciar errores, injusticias y violaciones de los derechos. Fue porque radicaba en una doctrina sólida y profunda que su acción pastoral y social supo ejercerse en las circunstancias más diversas y concretas.

Por otra parte el Cardenal tenía un amor ardiente a Jesús y a su divina Madre, y por eso su amor al prójimo era tal que no podía consentir en que quedara engañado por los sofismas del día o por una noción de libertad que, desconociendo los derechos del Creador, llevara al ser creado a su perdición. El Cardenal, así como la Iglesia misma, no ha pensado nunca que se ama y se presta servicio al hombre dejándolo en la “ignorancia material”.

La parte del libro consagrada al pensamiento de Monseñor Pie ilustra bien la reflexión del autor, a saber, que “Pie no se limita a predicar la verdad sino que la predica bien”. Las amplias citas que lo jalonan nos dan a conocer una persona de cultura excepcional, que a su conocimiento de la Escritura y de la Tradición añade un talento literario y sobre todo un fuego de caridad tales, que le hacen encontrar las palabras más adecuadas para llegar a las mentes y a los corazones.

No quiero quitar a los lectores el placer de descubrir poco a poco las riquezas de la enseñanza de Monseñor Pie. Pero quiero congratularme con el autor por el modo orgánico con que la presenta. Nuestra religión, nuestra fe, no es un andamiaje de atrayentes abstracciones. Es la adhesión de todo nuestro ser a un Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, la adhesión al Señor, Dios y hombre. Se le debe aceptar tal como es, y es el Rey de la creación, tanto por derecho de naturaleza como por derecho de conquista: en la Cruz ha adquirido por su muerte redentora, en cuanto hombre, el derecho que tenía ya como Dios sobre nuestras personas y sobre las sociedades que constituimos. La realeza social de Jesús es un hecho del que no podemos prescindir. El reino del Señor no es como los reinos de este mundo. Es por cierto un reino de amor. Pero, como bien dice Teresa de Ávila, no es porque amo a mi Señor que le debo menos respeto y lealtad.

El reconocimiento de la soberanía de Cristo no es meramente cuestión de palabra. Debe comprometer toda la vida. Y por eso en sus sermones le agrada a Monseñor Pie presentarnos personas que han puesto todas sus fuerzas al servicio del Rey: Nuestra Señora, la Virgen María, en primer lugar; luego los santos que han tenido un gran impacto sobre sus respectivas épocas; y los ministros sagrados, llamados a continuar la obra de los santos.

A veces pensamos que somos nosotros quienes hemos descubierto la idea de que la Iglesia tiene que encarnarse en el mundo de su tiempo. Monseñor Pie, a la vez que propone ante nuestros ojos la figura de diversos santos que han cambiado su mundo, nos indica cómo podemos y debemos hacer en la actualidad para que todas las cosas y todos los días se hagan sagrados en nuestras patrias y en el mundo. Y para ser muy práctico nos enseña cómo el Enemigo de Cristo sabe utilizar los medios más variados, violentos o sutiles, para llevar a los ingenuos o desprevenidos por la senda de la secularización, del humanismo pagano, de las revoluciones materialistas y destructivas.

Espero pues que muchos cristianos, preocupados por la crisis actual, se interesarán por este trabajo apasionante. Sé que una vez empezada su lectura encontrarán motivos de confianza en el porvenir y estímulo para un apostolado bien inspirado en favor del Reino de Cristo.

CARDENAL EDOUARD GAGNON Presidente del Consejo Pontificio para la Familia Ciudad del Vaticano – ROMA 10 de junio de 1987

 


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