Christopher Dawson
Capítulo I
Con frecuencia se dice que el Cristianismo ya no tiene contacto con la vida y que ya no satisface las exigencias del mundo moderno. Y estas críticas son sintomáticas de un cambio general de actitud ante los problemas religiosos. Los hombres de hoy se interesan menos por los fundamentos lógicos y metafísicos de la religión que por sus resultados prácticos. No se preocupan tanto de la verdad de la doctrina cristiana cuanto del valor de la vida cristiana. Más que el dogma cristiano, atacan hoy la ética cristiana.
Lo cual no es del todo oído, porque demuestra que ya la gente no traca a la religión como si fuera completamente ajena a la vida diaria del hombre. La aceptación pasiva de la religión como algo que todo ciudadano respetable da por descontado ya no es posible, y, al mismo tiempo, está igualmente desacreditada la oronda aceptación burguesa del mundo. Cualquiera admite hoy día que el mundo no anda bien, y los que critican al Cristianismo son precisamente los más descontentos. Los más ansiosos de cambiar el mundo son los que atacan con más violencia a la religión; y si atacan al Cristianismo es porque lo juzgan como un obstáculo para una verdadera reforma de la vida humana. Pocas veces en la historia han estado los hombres tan descontentos de la vida ni tan conscientes de la necesidad de una liberación; y si abandonan el Cristianismo es porque sienten que está al servicio del orden establecido y que no tiene poder real ni siquiera voluntad de cambiar el mundo y libertar al hombre de sus dificultades presentes. Han perdido la fe en las antiguas tradiciones espirituales que inspiraron la civilización en el pasado y tienden a buscar una solución en algún práctico remedio externo, como el comunismo o la organización científica de la vida, algo determinado y objetivo que pueda ser aplicado al todo social.
Sin embargo no hay razón suficiente para suponer que el mundo pueda salvarse por la máquina o por alguna reforma externa. En realidad, la gran tragedia de la civilización moderna está en el fracaso del progreso material para satisfacer las necesidades humanas. Tiene mayor poder el mundo moderno que en cualquier época pasada, pero ha usado de este poder tanto para la destrucción como para la vida; es más rico, y, sin embargo, estamos en las agonías de una gran crisis económica; es más sabio, y, sin embargo, toda nuestra ciencia parece incapaz de ampararnos. No es poder, ni riqueza ni ciencia lo que le falta a nuestra civilización, sino vitalidad espiritual; y de no poderse adquirir ésta, nada podrá salvarnos de lasuerte corrida por la civilización de la antigüedad clásica y por tantas otras civilizaciones que fueron brillantes y potentes en sus días.
Pues bien, esta cuestión de la vitalidad espiritual, ya sea en el individuo o en la sociedad, constituye el núcleo central y la esencia misma del problema religioso. Religión no es filosofía, ni ciencia, ni moral, sino ni más ni menos que una comunión con la vida divina, ya sea que la consideremos internamente como el acto mismo de comunión, o externamente como un sistema de creencias y prácticas por las que el hombre pone su vida en relación con los poderes que rigen la vida universal.