El cuarto secreto de Fátima
Antonio Socci
INTRODUCCIÓN
UN SORPRENDENTE DESCUBRIMIENTO
El 13 de febrero de 2005, en el Carmelo de Coímbra, muere, a la edad de noventa y ocho años, sor Lucía dos Santos, la última de las videntes de Fátima, guardiana del mayor y más terrible secreto del siglo xx. Muere el 13, el mismo día que escogió la Virgen para sus apariciones en Fátima.
Dos días después, de viaje hacia Perugia, me detengo a tomar un café en el lago Trasimeno. Con el Corriere della Sera en la mano, recién comprado en el quiosco, me siento delante de esas plácidas aguas, lo abro, empiezo a leer y quedo estupefacto. El escritor católico Vittorio Messori publica en primera plana un artículo con el siguiente titular: «El Secreto de Fátima, precintada la celda de sor Lucía».
Hace varias enigmáticas alusiones a los numerosos escritos y a las «cartas a los papas» que la vidente ha dejado y habla después del famoso Tercer Secreto desvelado por el Vaticano en 2000, «que, sin embargo, muy lejos de disipar el misterio», según el escritor católico, «ha abierto otros: sobre su interpretación, sobre sus contenidos, sobre si el texto revelado estaba completo».
No decía más en aquel editorial y era una pena, porque la «noticia», dejada caer con nonchalance, me pareció una bomba que hubiera merecido mucho más. Entre otras cosas, por la autoridad de quien lo firmaba: Messori es un gran periodista, excepcionalmente escrupuloso, es el ensayista católico más traducido en todo el mundo y jamás se aventuraría a deslizar a la ligera semejantes «sospechas» sobre el Vaticano. En ese artículo no se explicaba ni cuándo ni por qué alguien como él, tan familiarizado con los entresijos vaticanos, había llegado a persuadirse de que la versión oficial no era convincente. No conozco su opinión actual. Hace cinco años, en el momento en el que se desveló el Secreto, Messori no manifestó duda alguna. Conservo su editorial, en el Corriere della Sera del 25 de junio de 2000, titulado «Fátima ya sin secretos». Todo parecía en orden.
De manera que reaccioné ante al nuevo artículo de Messori con una polémica periodística en la que defendía a capa y espada las razones del Vaticano, atacando (de forma poco generosa, sobre todo, en relación con los tradicionalistas) al escritor y desmontando toda las especulaciones acerca de los documentos inéditos. Claramente, yo era consciente de que, tras la fatídica revelación del Tercer Secreto realizada en 2000, en el entorno de la Curia habían empezado a difundirse dudas, sospechas, voces y observaciones críticas. Que hallaban su expresión pública en los círculos tradicionalistas. Pero no había prestado demasiada atención a tales publicaciones porque las consideraba originadas por la «decepción» de un Tercer Secreto que desmentía todas sus previsiones apocalípticas.
Con todo, me impresionó el artículo de un joven estudioso católico, Solideo Paolini, en una revista tradicionalista, cuyo objetivo era precisamente yo. Terciaba en mi debate con Messori acerca de Fátima y —con sesgo polémico— dilucidaba una serie de argumentos realmente demoledores de la versión oficial vaticana (que era también la mía). En resumen —según Paolini, quien no tardó en publicar sus tesis en el libro Fatima. Non disprezzate le profezie [Fátima. No despreciemos las profecías]—, el Vaticano sigue ocultando la parte principal del Tercer Secreto, negando incluso su existencia a causa de su explosivo contenido. Los argumentos de Paolini son serios, así como ecuánime es su actitud. Menos fundados y menos respetuosos se muestran otros libros.
La contestación de los tradicionalistas contra el Vaticano acerca de la revelación del Tercer Secreto (el 26 de junio de 2000) nunca ha sido analizada, tenida en cuenta ni confutada por parte de las autoridades eclesiásticas ni de la mayoría católica, ni es conocida por el mundo laico. Tal vez porque sus publicaciones circulan casi exclusivamente entre sus adeptos.
A mí no me parece adecuada la decisión de la Curia y de los medios católicos de no prestar atención a estas obras y optar por el silencio, sobre todo después de haber leído el durísimo tono de sus acusaciones contra el Vaticano. Por ejemplo, en un volumen editado por el padre Paul Kramer, que reúne trabajos de distintos autores, se denuncia que el Vaticano hizo caso omiso de las exigencias de la Virgen de Fátima y se afirma que «el precio de la indecisión del Vaticano podría resultar muy elevado y tendría que pagarlo la humanidad entera».
Consideraba que, si no se acallaban de inmediato las sospechas ni se confutaban esas acusaciones, antes o después se abatiría sobre la Iglesia alguna tempestad análoga o quizá más tremenda que las que se desencadenaron a propósito de los «silencios de Pío XII» o de las tesis de Dan Brown.
Tenía la impresión de que las «armas polémicas» ya estaban completamente listas (si bien por el momento seguían siendo desconocidas para los medios periodísticos y para el gran público), depositadas en los «arsenales» de los tradicionalistas, pero a disposición de quien pretendiera lanzar un gravísimo ataque contra el Vaticano. Por ejemplo, el vehemente J’accuse de Laurent Morlier de tan perentorio título: El Tercer Secreto de Fátima publicado por el Vaticano es una falsificación. Analizando estas obras —además de las que circulan en internet—, pude darme cuenta de que las preguntas sin respuesta son muchas, en todo el asunto de Fátima, y teñidas de misterio. Acaso sea el misterio más fascinante y dramático de nuestros tiempos, ya que no solo involucra al Vaticano, a las grandes potencias, a los servicios secretos y a determinados aparatos oscuros del poder, sino a cada uno de nosotros y al propio destino inmediato de la humanidad y de la Iglesia.
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