El Dios de la perplejidad
José Manuel Martín Portales
Prólogo
Los autores de esta obra tienen varias cosas en común: ambos son creyentes, uno musulmán y otro cristiano; ambos aman la palabra esencial y por ello son poetas; y los dos son hijos de Andalucía, una tierra de luz en la que convivieron antaño cristianos y musulmanes y en la que ahora vuelven a convivir. ¿Convivir? ¿O fue y sigue siendo una mera yuxtaposición en sorda guerra? Este libro es brecha para los muros que se yerguen entre las dos comunidades y puente para que se transite entre ellas.
En estas páginas dos voces logran hacerse una para balbucear juntas aquello que no puede ser dicho ni hablado. Dos plumas escriben una sola grafía para apuntar hacia una Profundidad en la que toda palabra se desvanece. Ha llegado el tiempo de que el diálogo entre cristianos y musulmanes ya no sea una cuestión etológica («ciencia sobre el comportamiento animal», mayormente en torno a la defensa del territorio) para convertirse en un asunto teológico, más allá de los territorios construidos por las respectivas teologías. Estas páginas son un atisbo de que ya es tiempo de ello.
No puede distinguirse qué página, párrafo o línea corresponde a cada autor porque han dejado su autoría en manos de Quien les ha dado la palabra, la página en blanco y la tinta para dibujar con ellas cenefas del Misterio. No hay protagonismo alguno porque el único protagonista es la indagación y la fe compartidas hacia la Hondura que continuamente van abriendo la mente y el corazón más allá de sí mismos, acallando a una razón que, silente, es capaz de recibir sentidos que no le pertenecen.
Noventa y nueve densos y breves capítulos ofrecidos por dos creyentes. Esta cifra hace referencia a los noventa y nueve nombres de Allâh que recoge el Corán, dejando el número cien más allá del lenguaje humano y también para que el lector lo complete, porque ese último Nombre no-revelado es irrepetible para cada cual. Noventa y nueve meditaciones de temas que van apareciendo al hilo de una reflexión compartida de la que los autores nos han dejado su sedimentación final. Límpida, diáfana, esencial. Sin adornos y por ello tan preñada de belleza.
Estas reflexiones se abisman en el Dios de la perplejidad para hacernos partícipes de la convicción de sus autores de que cuando se pretende acceder a Él por el camino de la razón conquistadora, Dios desaparece. Pero cuando la razón sabe descalzarse y aceptar sus límites, y es capaz de entregarse, entonces se va desvelando el Misterio, no como un enigma ni como un límite, sino como el fondo sustentador del acto mismo del pensar.
Quien se adentre en la lectura de este libro verá aparecer una deslumbrante luz que no resuelve las perplejidades de la fe que un cristiano y un musulmán comparten. Quien se mantenga firme página tras página compartirá con ellos la aventura de preguntarse lo que todo creyente se ha preguntado alguna vez. Y encontrará como respuesta la profundización de la pregunta hasta su raíz, ahí donde el interrogante se acalla para dejar paso a la adoración del Misterio que no se puede inquirir. Sólo se puede recibir.
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