El Papa Francisco nos habla de Los Pobres
Matilde Eugenia Pérez Tamayo
PRESENTACIÓN
El tema de los pobres y de la pobreza es recurrente en la predicación del Papa Francisco. La razón es una y la da él mismo: “los pobres son el centro del Evangelio”, y “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto, que él mismo se hizo pobre”. La idea es clara: para quienes somos cristianos, los pobres no constituyen un mero “dato social”, ni son un “problema” que tenemos que enfrentar y resolver para bien de la sociedad y del mundo. Todo lo contrario: su realidad y su presencia nos interpelan constante y profundamente, y constituyen un elemento propio e imprescindible de nuestra fe en Jesús, y de nuestro seguimiento como discípulos suyos.
Los pobres son personas – hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos -, que sufren en su cuerpo y en su alma, porque no tienen lo necesario para vivir y desarrollarse como corresponde. Hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, a quienes hemos hecho víctimas de nuestro egoísmo, de nuestra ambición desmedida, de nuestras injusticias reiterativas. Los pobres son personas esencialmente iguales a nosotros, a quienes tenemos que pedir perdón por nuestro abandono y nuestra indiferencia frente a sus necesidades. Hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, a quienes debemos aprender a mirar a la cara, sin miedo, y acoger en el corazón con delicadeza y generosidad, ternura y compasión.
Los pobres son personas en quienes Jesús mismo se hace presente en nuesto mundo y en nuestra historia personal. Hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, en quienes, por quienes y para quienes, Jesús reclama nuestro amor atento y generoso. Personas por quienes y con quienes Jesús nos invita a construir su Reino de amor y de justicia, de solidaridad y de servicio, de libertad y de paz. De nada nos valdrá llevar una vida muy apegada a las reglas y a los ritos externos, si no abrimos nuestro corazón a los pobres y a sus necesidades materiales y espirituales, con prontitud, porque en ellos vive y actúa Jesús, que nos dice claramente: “Lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (cf. Mateo 25)