Éloi Leclerc
Introducción
Al escribir este libro he querido exponer mi descubrimiento de Cristo. Educado en el seno de una familia creyente, recibí una educación intensamente impregnada de fe. Pero me esperaba una experiencia tremenda al término de una juventud feliz y celosamente protegida. Tenía poco más de veinte años cuando me vi inmerso en el mundo de los campos de concentración nazis. Fue una auténtica bajada a los infiernos entre decenas de miles de seres humanos hacinados, maltratados y masacrados como si fueran animales. Toda la crueldad del hombre, pero también su angustia, su abandono y su dolor me asaltaron de improviso y se abatieron sobre mí como una oleada tenebrosa. En aquel encuentro con el horror experimenté hasta la desesperación el silencio de Dios, la ausencia de Dios. Por más que levantara los ojos al cielo, el cielo no respondía, no parecía prestar atención a lo que estaba ocurriendo; los gritos no le llegaban.
Entonces comprendí que se podía ser ateo, sí, ateo… por respeto a Dios, por el honor de Dios: para no hacerle cómplice, por su silencio, de los crímenes que se estaban perpetrando. Desde entonces, una serie de graves interrogantes no han dejado de atormentarme y de acosarme.
Porque enseguida tomé conciencia de que lo que yo había descubierto en el campo de exterminio ocurría también en otras partes: en cualquier lugar donde el hombre es oprimido y aplastado; en cualquier lugar donde un ser humano muere solo y abandonado.