Pablo Marti del Moral
INTRODUCCIÓN
Hace muy poco, un papa alemán visitando el campo de concentración de Auschwitz se preguntaba ante el mundo: ‘¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado?’, y terminaba rezando con los Salmos. Poco después, en medio de una crisis internacional de refugiados, un papa argentino lanzaba su mensaje de solidaridad ante el Congreso de los EE.UU. de América, presentándose como ‘un hijo de inmigrantes’. A veces, la Historia con mayúscula nos hace guiños paradójicos que debemos meditar.
Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia: la relación entre el sufrimiento, la injusticia, Dios y los hombres. Porque, como afirma el papa Francisco, misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Y por tanto, misericordia es la vía que une a Dios y al hombre.
En la vida de la Iglesia, la misericordia es una realidad permanente. Pero hay momentos en los que estamos llamados a fijar la mirada en la misericordia de un modo más intenso. Las vicisitudes de la historia, las experiencias de los santos y la voz de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco, lo atestiguan. Así, movido por una necesidad interior, el obispo de Roma ha convocado un Jubileo de la misericordia, entre la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre 2015) y la solemnidad de Cristo Rey (20 de noviembre 2016). Su deseo es que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios, para que a todos —creyentes o no— pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros.
La elección de estas fechas guarda un profundo significado. Por una parte, la Inmaculada indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no deja sola a la humanidad a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor, para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.
Además, el 8 de diciembre de 2015 se cumplió el 50º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II. Este acontecimiento ha marcado el paso de la Iglesia actual en los siguientes términos: ‘La religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno’.
Por otra parte, en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, la Iglesia celebra que Cristo reina sobre el pecado, reina por el amor y reina en el servicio. Y su reinado es un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia , de amor y de paz; un reino ofrecido a la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos. Ahora bien, ¿este reino de Cristo está entre nosotros?, ¿en qué medida es posible y real?