Reginald Garrigou-lagrange
PROLOGO
En el transcurso de la historia se han escrito buenos tratados sobre Jesucristo: estudios de hondura teológica, biografías de su caminar por la tierra, comentarios ascéticos sobre sus hechos y doctrina…; la excelencia de esos trabajos siempre ha de medirse por la ciencia y piedad que guardan, y por el logro del autor de olvidarse de sí y mostrar lo mejor posible la objetiva figura de Nuestro Señor. En este tema -por ser Cristo la Verdad-, cualquier interpretación subjetiva y personalista no acorde con la revelación, provoca un rechazo porque se descubre que no es de Jesús de quien ahí se habla, sino de la equivocada figura que el autor se ha formado sobre el Señor.
Desgraciadamente, este error sigue siendo actual: algunas obras han renovado la antigua herejía adopcionista, según la cual Jesucristo es un hombre con una presencia especial de Dios, pero no es Dios hecho hombre: ese Jesús, ha declarado recientemente la Iglesia, es mucho más comprensible, porque está vacío de su misterio y de toda la riqueza de salvación que ha venido a traer a los hombres: pero ese Jesús no es Dios.
Por el contrario -y éste es el mejor elogio sobre un libro que trate del Señor- las páginas que siguen han sido escritas con humildad: el autor procura desaparecer para que se alce únicamente la figura de Cristo; y así, con sencillez, recuerda la profundidad del misterio del Verbo hecho hombre: la Encarnación, la cercanía de su Humanidad, su Corazón amante y generoso, la muerte en la Cruz y la Resurrección, su actuar de Sacerdote eterno, y tantas otras verdades de fe.
Caracteriza también a esta obra el espíritu de piedad con que el autor la ha escrito. Por eso muchas páginas guardan el Christi bonus odor, el sabor de Cristo, y dan una visión que alienta la oración personal y renueva la frase de fray Luis de Granada: Jesús para mí viene, para mí nace, para mí trabaja, para mí ayuna, para mí ora, para mí vive, para mí muere, para mí resucita y sube al cielo. Su lectura aviva el misterio del Señor que atrae al cristiano hacia sí, diciéndole con palabras de San Agustín: Yo soy el pan de los fuertes; sé fuerte y me comerás; pero tú no me cambiarás en ti, en carne tuya, sino que tú te transformarás en Mí. Fui que es fiel a su llamada divina cotidiana, va identificándole con Él y le convierte, según explica San Pablo, no sólo en alter Christus, sino en ipse Christus, en el mismo Cristo.
El querer a Jesús que brota espontáneo y como entre líneas de este libro, está lógicamente muy vinculado al trato y confianza con la Madre de Dios: es bien conocida la devoción de Garrigou-Lagrange a Santa María; por eso siempre que matiza, un tema, ejemplifica un estudio teológico, o precisa un punto, acude de un modo natural e instintivo al modelo perfecto de santidad que es la Virgen Santísima.
Finalmente, se desea advertir que los lectores poco familiarizados con los términos teológicos o cuestiones de escuela, quizá se pierdan en algunas páginas; por más que él autor lo procura, no consigue soslayar en ocasiones la densidad de aquellas clases que exponía en el Angelicum, hoy Universidad de Santo Tomás, en Roma, donde le recuerdo con afecto. Aunque para facilitar la lectura, algunos temas más arduos se han trasladado a apéndices, señalándolo en el momento oportuno, el libro se hará a veces difícil para algunos: entonces pueden hojearse esas páginas, y al poco aparecerá de nuevo la claridad y sencillez en este tratado sobre Jesucristo.
F. D.