Romano Guardini
Los fundamentos
La mayor parte de los días del calendario llevan nombres de personalidades de la historia cristiana, a los que acompaña un carácter especial de dignidad, de amonestación y promesa: los Santos. Sus figuras se nos aparecen en el arte cristiano, se nos presentan en leyenda y poesía, y nosotros mismos llevamos sus nombres. ¿Qué ocurre con ellos? ¿Qué es un santo?
En cuanto se adquiere intimidad con su naturaleza, no se hace difícil la respuesta: Ya en el Antiguo Testamento está «el mandamiento primero y mayor», que luego Cristo confirmó de nuevo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Dt 6. 5; Mt 22,37). Un santo es una persona a quien Dios ha concedido tomar este mandato con total seriedad, comprenderlo en sus profundidades y ponerlo todo en su cumplimiento. Algo grande, pues; incluso, algo terrible; porque ¿qué ocurre a la persona que se entrega a ello? Por eso se comprende la timidez respetuosa, pero al mismo tiempo la atracción misteriosa que experimenta el creyente ante esias figuras poderosas y entrañables. La respuesta que hemos hallado aquí, vale para todos los Santos, de todos los pueblos y todas las épocas. Pero también se puede plantear la pregunta de otro modo, a saber: ¿cómo aparece su imagen en la conciencia de los creyentes?
A esto no se puede dar respuesta tan fácilmente. Su esencia permanece idéntica, pues ¿en qué podría consistir eso tan poderoso y misterioso que el creyente venera en el Santo, sino en un fortalecimiento del amor? Si embargo, en el transcurso de la Historia cambia el modo de concebirse tal fortalecimiento.