El secreto del Padre Pío
Antonio Socci
PREMISA
ALI AGCA Y LA «NIÑA» DEL PADRE PÍO
Los historiadores son parciales (…). La verdadera historia no existe. Sólo la historia sagrada puede llamarse verdadera.
PADRE PÍO
No circulan ya, por lo menos merecedores de aprecio, libros sobre la teología de la historia (…) he ahí por qué los políticos se equivocan en determinado momento (…) porque los políticos puros desconocen la razón teológica que domina la historia.
CARDENAL GIUSEPPE SIRI
E1 13 de marzo de 1981, hacia las 17.17 horas, en la plaza de San Pedro de Roma, un asesino turco enviado por fuerzas oscuras y poderosas, Mehmet Ali Agca, está a punto de disparar al papa Juan Pablo II. El miembro de los «lobos grises», de veintitrés años, es un profesional, un excelente tirador, y está allí para matar, se halla detrás de la primera fila, a muy escasa distancia (a sólo tres metros del Santo Padre). Está muy tranquilo y decidido, de manera que el objetivo, expuesto indefensamente ante él, no tiene escapatoria.
Pero, entonces, ¿cómo y por qué resultó fallido el asesinato? Si lo hubiera matado —y las posibilidades eran del 99,99 por ciento—, su pontificado hubiera sido sofocado en sus albores. La historia de la Iglesia hubiera sido muy distinta, pero sobre todo lo hubiera sido la historia mundial, porque el papel que el «papa polaco» desempeñó en la sucesiva caída incruenta del comunismo fue colosal, decisivo ( El último líder soviético, Mijail Gorbachov, escribió en 1992: «Hoy podemos decir que todo lo que ha sucedido en Europa oriental en estos últimos años no hubiera sido posible sin la presencia de este papa, sin el gran papel, político, incluso, que ha sabido jugar en la escena mundial» (La Stampa, 3 de marzo de 1992).
Por lo tanto, todo habría sido muy distinto y, desde luego, mucho más dramático para la humanidad entera.
Repito, por lo tanto, la pregunta: ¿cómo y por qué aquel asesinato resultó fallido? ¿Quién impidió al asesino perpetrar aquel homicidio que tenía al alcance de su mano a las 17,17 de aquel día en la plaza de San Pedro, el lugar que había sido testigo, diecinueve siglos antes, del martirio del apóstol Pedro?
El papa Wojtyla afirmó siempre que había sido salvado por una intervención sobrenatural de la Santa Virgen. De ello dan testimonio el icono de la Virgen que mandó pintar en la plaza de San Pedro, en el lugar donde se consumó el crimen, y una bala —de aquel atentado— que el papa quiso llevar al año siguiente como exvoto al santuario de Fátima para hacerla engastar en la corona de la Reina de la paz. En efecto, el día del atentado era la fiesta de la Virgen de Fátima, el aniversario de su primera aparición (que tuvo lugar el 13 de mayo de 1917). ( El episodio del atentado contra el papa se supone preanunciado incluso en el Tercer secreto de Fátima. Esta es la interpretación más difundida del texto revelado el 26 de junio de 2000. En realidad, la aparición en la que la Virgen profetiza un atentado contra el papa que sin embargo se salva gracias a su protección personal es la de La Salette, no el Tercer secreto de Fátima, donde en cambio hay un papa que es asesinado).
Y una coincidencia como ésa hace pensar realmente en una protección sobrenatural para el papa que escapó a la muerte.
Es realmente inexplicable que un asesino profesional, muy hábil y decidido, haya podido fallar a una distancia tan escasa un blanco tan fácil e indefenso, disparando sólo dos disparos. Incluso la trayectoria del proyectil que hirió en el vientre al Santo Padre no pareció natural, a los cirujanos en primer lugar. Que una mano misteriosa haya desviado la bala para salvar la vida del papa no es solamente una persuasión subjetiva de Karol Wojtyla, es un hecho objetivo, en cierto sentido científicamente aclarado: «El profesor Crucitti añadió que había observado algo “absolutamente anómalo e inexplicable”. La bala se había movido, en el vientre del papa, en zigzag, evitando los órganos vitales. Pasó a un soplo de la aorta central: de haberla rozado, el Santo Padre hubiera muerto desangrado antes incluso de llegar al hospital. Evitó la espina dorsal y todos los demás centros nerviosos principales: de haberlos alcanzado, Juan Pablo II habría quedado paralítico. “Parece” concluye el profesor “como si esa bala hubiera sido guiada para no provocar daños irreparables”».
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