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El Silencio de María

Padre Ignacio Larrañaga

1. La fuente sellada

¿Quién contó la historia de la infancia? ¿Cómo se llegaron a saber aquellas noticias, tan lejanas, cuyo archivo y depósito sólo podía ser la memoria de María?

Para responder a esas preguntas, necesitamos retor­nar. Y para retornar necesitamos subir, contra corrien­te, un río que arrastra dramas y sorpresas; hasta llegar a aquel hontanar remoto que fue el corazón de María.

El Evangelio nos recuerda en dos oportunidades (Lc 2,19; 2,51) que María conservaba cuidadosamente las palabras y hechos antiguos. Y los meditaba diligentemente. ¿Qué significa eso? Quiere decir que María buscaba el sentido oculto y profundo de aquellos hechos y palabras, y los confrontaba con las nuevas situaciones en las que su vida se veía envuelta.

De esta manera, los recuerdos se conservaron muy vivos en su memoria, como estrellas que nunca se apagan. Por eso, cualesquiera y como quiera que sean los caminos que debamos elegir para encontrarnos con la figura y palpitación de María, ellos tienen que conducirnos necesariamente allá lejos, al manantial donde nacen todas las noticias: a la intimidad de María.

Como no queremos en este libro dar apreciaciones subjetivas sino caminar sobre tierra firme, aunque sin pretender una investigación científica, considero de suma importancia abordar aquí el problema de las fuentes.

«Nuestro querido médico» (Col 4,14)

«Lucas es un escritor de gran talento y alma delicada…; una personalidad atractiva que se transparenta sin cesar».

Lucas es un hombre fuertemente sensibilizado por aquellas motivaciones con las que aparece muy envuelta la persona y la vida de María, como por ejemplo la humildad, la paciencia, la mansedumbre. Allá donde Lucas encuentra un vestigio de misericordia, él queda profundamente conmovido; y en seguida lo anota en su evangelio.

Nuestro evangelista médico detectó y apreció el alma de la mujer y su importancia en la vida mejor que ningún otro evangelista. Por las páginas de su largo y denso evangelio, pasa un desfile multiforme de mujeres, unas recibiendo misericordia, otras ofreciendo hospitalidad, un grupo de ellas expresando su simpatía y solidaridad cuando Jesús peregrinaba hacia la muerte. Y, entre todas ellas, sobresale María con ese aire inconfundible de servidora y señora.

La singular personalidad de Lucas está tejida de delicadeza y sensibilidad. Es significativo que Pablo le dé una adjetivación emocional: «nuestro querido médico». En fin, nuestro evangelista parece poseer una afinidad temperamental muy acorde con la personalidad de María.

En una palabra, nos encontramos ante el narrador ideal, capaz de entrar en perfecta sintonía con la Señora, capaz de recoger no solamente sus hechos de vida sino sus impulsos vitales y, sobre todo, capaz de transmitir todo eso con alta fidelidad.


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