Raniero Cantalamessa
PRÓLOGO
ESTE libro incita a los lectores a centrar su atención y, sobre todo, su vida espiritual, en la figura del Espíritu Santo y en la acción santificadora que incesantemente realiza en la comunidad de los discípulos del Señor.
Ya en 1986, en la encíclica Dominum et Vivificantem, Juan Pablo II escribía que el jubileo en el que estaba pensando debería asumir un perfil tanto cristológico como pneumatológico «ya que el misterio de la encarnación se realizó “por obra del Espíritu Santo”. Lo realizó aquel Espíritu que -consustancial al Padre y al Hijo- es, en el misterio absoluto de Dios uno y trino, la Persona-amor; el don increado, fuente eterna de toda dádiva que proviene de Dios en el orden de la creación, el principio directo y, en cierto modo, el sujeto de la autocomunicación de Dios en el orden de la gracia» (n. 50).
En continuidad con estas afirmaciones doctrinales, el Santo Padre, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente escribió que «la Iglesia no puede prepararse al cumplimiento bimilenario de otro modo, si no es por el Espíritu Santo. Lo que “en la plenitud de los tiempos” se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia» (n. 44).
Este libro -redactado «a cuatro manos» entre el conocido capuchino, predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa, y el periodista Saverio Gaeta, según el experimentado esquema de preguntas y respuestas- desarrolla los principales temas que la mencionada carta apostólica pontificia plantea como objetivos primarios de la preparación del jubileo.
El primer tema concierne al «reconocimiento de la presencia y de la acción del Espíritu» (n. 45). Se trata de una tarea más que nunca urgente y necesaria, dado que una notoria carencia de la vida espiritual de los fieles, consecuencia también de una catequesis a menudo insuficiente o incompleta, tiene que ver precisamente con la presencia y la acción del Espíritu en la vida de la Iglesia. Una carencia que persiste todavía hoy, a pesar de esas 258 menciones del Espíritu Santo contenidas en los documentos conciliares, que habrían debido poner fin, como alguien ha dicho, al «largo exilio del divino desconocido» en la reflexión teológica y en la vida de muchos creyentes. La acción del Espíritu en la Iglesia, puntualiza oportunamente el Papa, se realiza «tanto sacramentalmente, sobre todo por la confirmación, como a través de los diversos carismas, tareas y ministerios que él ha suscitado para su bien» (n. 45).
La misma carta apostólica afirma, además, que es importante centrar la acción pastoral de la Iglesia en la figura del Espíritu como «el agente principal de la nueva evangelización» (n. 45). Este tema, como es bien sabido de todos, constituye desde hace tiempo uno de los aspectos cualificantes del magisterio de Juan Pablo II, así como de los obispos italianos que exhortan asiduamente al compromiso cristiano y proponen, sobre todo a los adultos, itinerarios de fe a través de los cuales puedan ser capaces de entrar en diálogo con las culturas contemporáneas y logren asumir, en las opciones personales, familiares y socio-políticas cotidianas, criterios éticos acordes con el evangelio.
La nueva evangelización es cualquier cosa menos fácil. La experiencia de cualquier agente de pastoral muestra que, por ejemplo, el secularismo, el indiferentismo, el consumismo -columnas de una vida vivida «como si Dios no existiera»- constituyen serios obstáculos para la penetración del mensaje evangélico. Y, sin embargo, la toma de conciencia de que el Espíritu Santo es, como recuerda el Papa, «el agente principal» de la evangelización, ofrece motivos de gran esperanza para cualquier cristiano. Si es él quien obra con nosotros y a través de nosotros, ningún obstáculo puede ser insuperable, ninguna meta espiritual inalcanzable.