José Luis de Urrutia S.J.
Extracto:
«Cuando empiecen a suceder estas cosas, vosotros nos os amilanéis; levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación» (Lc. 21,28).
ES un hecho que en la Iglesia existe el don de profecía, como lo demuestra toda su historia. Don carismático, y que por serlo —igual que el don de hacer milagros, por ejemplo—, al revés que el don de infalibilidad y el de autoridad, no reside en la jerarquía o en sus ministros como tales. Ya en el Antiguo Testamento Amos (3, 7) advertía que Dios no hace nada sin revelar sus planes a sus siervos los profetas. ¡Cuánto más lo hará y lo hace a su Esposa, a su mismo Cuerpo místico, en sus santos, en personas humildes que El elige! (Bajo la supervisión de la autoridad eclesiástica, cfr. LG 12). Jesús expresamente lo aseguró: «El Espíritu Santo os anunciará las cosas que vayan a suceder.» (Jn. 16,13.)
Vemos en los profetas bíblicos una triple finalidad fundamental: 1) Exhortar a la conversión con la amenaza de castigos, como Jonás en Nínive. 2) Avivar la fe en la Providencia divina al comprobarse que las predicciones se realizan. 3) Levantar la esperanza en los tiempos de castigo y tribulación, confiando que por la misericordia de Dios vendrán tiempos mejores, lo que tanto repetían los profetas cuando la cautividad de Babilonia, aun cuando ésta fuera castigo por la prevaricación del pueblo. Siempre junto con el anuncio de un castigo, las profecías hablan de una época posterior de felicidad. ¡Prueba de la bondad de Dios!
Dos fenómenos actuales me han impulsado a escribir este trabajo —breve resumen de las profecías más conocidas y con más garantía de autenticidad—. Uno, su misma proliferación: se oyen multitud de cosas, que no vendrá mal exponerlas un poco ordenadas. Otro, el desánimo de muchos, incluso sacerdotes, ante un mundo que nos desborda y parece ir ahogando todas las manifestaciones de vida religiosa, y aun a la misma Iglesia.
Pues bien, si es impresionante hoy la prevaricación mundial en todos los niveles, mayor es la misericordia del Corazón de Jesús, nuestro Salvador, junto con el Corazón Inmaculado de nuestra Madre. Una y otra vez, de manera extraordinaria, nos muestran su tristeza; y nos vendrán tribulaciones crecientes y purificaciones, para que arrepintiéndonos nos salvemos, aunque sea en medio de dolores, ya que ¡no nos bastan los beneficios de Dios para cumplir sus mandamientos! Pero, finalmente, porque donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (Rom. 5,20), una sobreabundante efusión del Espíritu Santo, por los méritos de Cristo, transformará el mundo en el Reino de Dios, que debe ser, como último esplendor antes de su final.
El excepcional interés del tema bien merece que le dediquemos nuestra atención, para que aumente nuestra fe, esperanza y caridad.