Escritores conversos
Joseph Pearce
PRESENTACIÓN
En 1905, el joven G. K. Chesterton publicaba Herejes, un libro de ensayos en el que, por primera vez, se enfrentaba a muchos de sus contemporáneos, entre quienes se contaban personajes tan célebres como Bernard Shaw y H. G. Wells. Cuando algún crítico salió al paso de la obra argumentando que Chesterton no debería condenar las «herejías» de otros sin antes sentar las bases de su propia «ortodoxia», el escritor aceptó la crítica y, con ella, el reto que esta planteaba. Y así, en 1908, publicaba Ortodoxia, cuya principal premisa consistía en señalar el Credo apostólico como la mejor explicación a los misterios más profundos de la vida y la existencia humanas.
La «presentación en sociedad» del Chesterton cristiano tuvo importantes repercusiones y una influencia similar a la ejercida, cincuenta años antes, por la sincera confesión de ortodoxia realizada por Newman. En muchos aspectos, venía a anunciar un renacimiento de la literatura cristiana que, en pleno siglo xx, constituía una sugerente respuesta artística e intelectual al predominante agnosticismo de la época. Barbara Reynolds, doctora especialista en Dante y amiga y biógrafa de Dorothy L. Sayers, ha descrito dicho renacimiento como «una red compuesta de varias mentes que se alimentaban mutuamente». Sus principales protagonistas fueron, aparte de Chesterton, T. S. Eliot, C. S. Lewis, Siegfried Sassoon, J. R. R. Tolkien, Hilaire Belloc, Charles Williams, R. H. Benson, Ronald Knox, Edith Sitwell, Roy Campbell, Maurice Baring, Evelyn Waugh, Graham Greene, Muriel Spark, Dorothy L. Sayers, Alfred Noyes, Compton Mackenzie, David Jones, Christopher Dawson, Malcolm Muggeridge, R. S. Thomas y George Mackay Brown. La influencia de todos ellos se extendió más allá de la esfera meramente literaria: entre los actores cuyas vidas se vieron mezcladas con las de estos escritores cristianos, contemporáneos suyos, se contaron Alec Guinness, Ernest Milton y Robert Speaight.
La publicación, en 1891, de la encíclica papal Rerum novarum provocó una intensa reacción en Belloc y, a través de él, en Chesterton, confiriendo a este resurgimiento de las letras cristianas una dimensión política. Belloc y Chesterton contraatacaron al socialismo de Shaw y de Wells esgrimiendo la doctrina social de la Iglesia, que denominaron «distribucionismo». Eric Gill, por su parte, se encargó de poner en práctica la teoría defendida por Belloc y Chesterton, y, a finales de los años setenta, E. F. Schumacher la popularizó a través de su conocido Lo pequeño es hermoso. Así como la conjunción de la filosofía de Nietzsche y el socialismo marxista impregnó y caracterizó la obra literaria de Shaw, la unión de la teología cristiana y la enseñanza de la Iglesia de «lo pequeño es hermoso» impregnó y caracterizó este renacimiento literario cristiano.
Considerada en su conjunto, la mencionada «red de mentes» constituyó una eficaz respuesta del cristianismo a aquella época de incredulidad. Y generó, además, algunas de las obras maestras de la literatura del siglo xx, convirtiéndose en el último testimonio de la fuerza creativa de la fe. La historia de la mutua influencia entre estos gigantes de la literatura, y de la que ellos mismos ejercieron sobre la época que les tocó vivir, representa algo más que el estudio de un aspecto importante de la literatura del siglo xx: es también un relato apasionante en el que la fe y la incredulidad se enfrentan en creativo desacuerdo.
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