Monseñor Agustín Roman
Extracto:
Cada año en el mes de enero, del 18 al 25, los cristianos celebramos una semana de oración suplicando el don de la unidad al Señor que nos pidió que siempre nos mantuviéramos unidos.
Juan Pablo II nos escribió el 25 de mayo de 1995 una carta titulada: “Ut unum sint – Que sean uno”, llamándonos a trabajar por la unidad a todos en la Iglesia.
El pasado siglo XX a pesar de haber sido un siglo con no pocas dificultades por haber sufrido dos guerras mundiales con numerosas pérdidas humanas y terribles consecuencias tuvo también sus luces con la familia cristiana. Podemos decir que es el siglo de mayor progreso en la búsqueda de la unidad de los que seguimos a Cristo.
Echando una mirada a la familia cristiana, que es la Iglesia, a lo largo de la historia dos veces milenaria descubrimos que las sombras de divisiones, lamentablemente siempre la han acompañado en distintos momentos. El siglo XX ha vivido por lo menos tres periodos de esfuerzo ecuménico mundial, inquietud que no encontramos en otros siglos.
Desde los comienzos del siglo aparece un esfuerzo grande entre los que seguían a Cristo en busca de la unidad. El Espíritu Santo trabajaba en la conciencia de una serie de denominaciones separadas de nuestra Iglesia Católica persiguiendo un camino que llevara a los creyentes de Cristo enbúsqueda de esa fraternidad a la que el Señor nos llamó y nos sigue llamando. Así surgieron la Alianza Mundial para la Amistad en 1914, en Constanza, con un buen número de denominaciones cristianas. Más tarde en distintas reuniones siguiendo el Evangelio llegaron a la Creación de un Consejo Ecuménico en Oxford en 1937. Estos esfuerzos culminaron con la creación de un Consejo Ecuménico de las Iglesias en 1948 en Ámsterdam el cual agrupaba y agrupa gran número de las denominaciones cristianas en búsqueda de la unidad. Dentro de nuestra Iglesia Católica se iba preparando lentamente este deseo de la unión con una serie de personas carismáticas como los padres Couturier y Congar. Este último escribió un libro que despertó a un gran número de fieles y que le puso por título: “Cristianos desunidos”.