Scott Hahn
Capítulo 1
¿ASÍ TRATAS A TUS AMIGOS?
La única tragedia en esta vida es no ser santo.
Lo único que quiso santa Teresa de Ávila fue vivir una vida sencilla de pobreza y oración. Pero vivir una vida divinizada parece un insulto deliberado en un mundo que está enamorado de la frivolidad, y la santa sufrió innumerables dificultades; fue denunciada ante la Inquisición y tratada con desprecio y crueldad por supuestos mecenas que quisieron que guiase sus conventos a su conveniencia. En lugar de vivir una tranquila contemplación, su vida se llenó de sufrimientos por las oposiciones y rechazos que padeció. Así, un día en el que pensaba que había llegado al límite, dio rienda suelta a un torrente de quejas ante nuestro Señor.
«Pero, Teresa», le respondió, «así es como trato a mis amigos».
«Entonces no me extraña que tengas tan pocos», replicó la santa.
La queja de Teresa podría haber partido, con la misma verosimilitud, de cualquiera de los amigos de Dios que hallamos en la Biblia. Pensemos en Abel, en los albores de la historia, derrotado y muerto a manos de su hermano. Pensemos en Noé, padeciendo la vacía repetición de un mes de lluvias, viviendo rodeado de animales mientras su mundo se deshacía entre las aguas. Pensemos en Abraham, la única persona a la que la Biblia califica de «amigo de Dios» (St 2, 23); afrontó las pruebas más duras, que culminaron con una petición para que sacrificase a su único hijo.
El patriarca José, también escogido por Dios, fue vendido como esclavo, acusado falsamente de adulterio y encarcelado. Moisés, David y Jeremías se vieron sometidos a calamidades. Encontramos a Job, que perdió su hogar, su familia y su salud, y todo ello sin haber hecho nada malo. No era un castigo merecido; le ocurrió sin más.
Por último, pensemos en la Virgen María; creyó lo que le había prometido Dios en la Anunciación, pero también supo que esa promesa acarreaba un revés tenebroso; el sacerdote Simeón le había profetizado que padecería un enorme dolor:
«Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”». (Lc 2, 34-35)