Niklaus Kuster
PRÓLOGO
Es una noche de verano en Asís. Los jóvenes cantan en la plaza. Sus corros invitan a bailar. Jóvenes provenientes de Francia, una estadounidense bien alimentada, un grupo de delicadas japonesas, chicos de Nápoles y dos abueletes alemanes se ponen en movimiento. Se dan las manos y giran. Esta escena vespertina es típica de la ciudad. Una pareja ha buscado un rincón tranquilo allá en lo alto, sobre los viejos tejados. Juegan al pie del castillo, sumergidos en el encanto del amor de juventud. Las luciérnagas en vuelo resplandecen entre cañas y amapolas. Los dos saludan al fratello como en un sueño y se sumergen de nuevo en su mundo maravilloso. Una última escena: a medianoche, Franca cierra su bar con terraza. Sólo unos pocos huéspedes se han perdido esta noche por las estrechas callejuelas de los barrios bajos de la ciudad. No obstante, canta mientras limpia las mesas húmedas de rocío, vacía los ceniceros y recoge la basura. Su satisfacción no se mide por las consumiciones.
Noche de verano en Asís, que todavía hoy se presenta como la ciudad de Francisco. Su famoso hijo nació en un mundo que muchos sienten como un paraíso. Pero los paisajes encantadores, las callejuelas medievales y la alegría de vivir italiana no explican por sí solos la causa de por qué personas de todo el mundo viajan hasta Asís ni por qué los extraños se muestran tan abiertos entre ellos. En ninguna otra ciudad se canta tanto ni en tantos idiomas en las plazas. En el año 1986, por primera vez en la historia, representantes de las más diversas religiones del mundo oraron juntos en Asís por la paz. Hoy mismo, mientras escribo estas líneas, vuelven a orar, aun más preocupados, en mayor número y con más decisión. Con motivo de la catástrofe terrorista de NuevaYork, de la guerra de Afganistán y las consignas de una cruzada contra todos los «enemigos del mundo libre», manifestaron aquí la misma convicción que condujo a Francisco de Asís –hará pronto 800 años– hasta el campamento militar del sultán Melek el-Kamel: no serán las armas ni las cruzadas, sino la confianza nacida de Dios y en cada ser humano la que erradicará en definitiva el odio y la violencia del mundo. Con más energía que nunca, el Planeta Azul pide por un cuidado común en favor de la creación y por la dedicación de todos a la paz. No es casual que sea en la pequeña ciudad de Subasio donde los representantes religiosos hagan una llamada común: un lugar en el que personas de todos los países, idiomas y generaciones experimentan su armonía interna con más claridad que en ningún otro lugar.
Este libro recrea el retrato espiritual de un ser humano, Francisco, que se hizo llamar sencillamente fratello Poverello (fray Pobrecillo). Su historia personal nos conduce hasta el mundo medieval de Umbría, en el que surgen nuevas ciudades y poderosos gremios derrocan a la nobleza. Sólo lejanos en apariencia, aquellos tiempos demuestran ser la aurora de nuestra propia época. Una libertad insospechada y un comercio floreciente, ganas de viajar y sed de conocimientos, la construcción de imponentes casas-torre y fiestas desenfrenadas, el encanto de la moda y la vida «en la plaza» contrastaban duramente con la pobreza social, las guerras crueles y una Iglesia ajena a la vida. Francisco buscó primero su camino solo y, después, con una fraternitas de nuevo estilo. Una prolongada búsqueda de Dios transformó su visión del mundo, le impulsó a dedicarse a la sociedad humana y le hizo reformar la Iglesia de arriba abajo. Su nueva vida se inició con una sorprendente experiencia de Cristo, que hizo del ambicioso mercader un sencillo hermano. Con su amor al mundo, la profundidad de sus fuentes y la libertad en su vida, Francisco se ha convertido en definitiva en un reto para unos y, para otros, en el acompañante espiritual en la búsqueda del sentido de nuestro tiempo. Y va mucho más allá del cristianismo.
H. Niklaus Kuster
24 de enero de 2002,
Segunda Jornada de Oración por la Paz de las Religiones del Mundo en Asís