Juan Muñoz Martín
Prólogo
¡ALBRICIAS!
Ya están todos los frailes aquí, ya están otra vez en el conventillo. ¡Ah! Pero ¡cómo están las paredes! ¡Qué agujeros en las tejas, qué desconchones por los pasillos!
Los frailes ni siquiera se quejan. La guerra es así. Cogen los cubos y las paletas y se ponen a tapar los agujeros.
Pero la guerra no se ha ido. Volverá como esas moscas inoportunas que no quieren marcharse.
Y una tarde ocurre algo insólito. Cuando todos están en su tarea, llega un hombre, un bandolero de los montes, huyendo del acoso de los franceses. Es un guerrillero, un hombre que hace la guerra por su cuenta contra todo el ejército de Francia.
Y, otra vez, fray Perico tiene que ensillar el asno y salir al campo, como don Quijote, para remediar, con su bondad y caridad, los horrores de esa locura humana que se llama guerra.
Ojalá que esta vez consiga nuestro fraile encontrar, entre las encinas y los olivos requemados, esa paloma blanca y huidiza que sólo tiene tres bellas letras: la PAZ.