Hemos encontrado Misericordia

Cardenal Christoph Schönborn

PRÓLOGO

En la primera carta a Timoteo, se dice sobre la conversión de san Pablo: «Pero por eso he encontrado misericordia, para que yo fuera el primero en que Cristo Jesús mostrase toda su magnanimidad» (1 Tm 1, 16). Si Pablo, como en tantas otras ocasiones, exhorta a los lectores de sus cartas a que le tomen como modelo, está refiriéndose justo a esto: del mismo modo que él mismo, también todos nosotros hemos encontrado misericordia (cfr. Rm 1, 30-31; ver también 1 P 2, 10). Al misterio de la misericordia divina es intrínseco el hecho de que tiene validez para todos los hombres y que resulta vital para cada persona individual. La enseñanza del cristianismo es la buena nueva de la misericordia de Dios. El mundo la necesita más que nunca y la Iglesia tiene la tarea primordial de anunciarla.

Al mismo tiempo, en múltiples ocasiones se pone en entredicho el mensaje de la Divina Misericordia. ¿No es una debilidad depender de la misericordia? ¿Cómo se relaciona esta con la libertad? ¿A quién se revelará Dios como misericordioso? ¿Tenemos también nosotros que ser misericordiosos? ¿Qué sucede con la justicia en este contexto? Y ¿qué significa misericordia? Son todas estas cuestiones serias que debe plantearse toda predicación de la fe.

Por otro lado, hay muchos ejemplos de una misericordia auténticamente vivida en la Iglesia y fuera de esta. Del 2 al 6 de abril de 2008 se celebró en Roma el «Primer Congreso mundial sobre la Divina Misericordia». Durante cuatro días intercambiaron testimonios personas que necesitan y que transmiten la misericordia de Dios. En todos los lugares de la Iglesia y del mundo se puede apreciar la existencia de hambre y sed de la misericordia de Dios. El probablemente más emotivo testimonio del congreso fue el de Immaculée Ilibagiza, la única persona de su gran familia que sobrevivió al genocidio en Ruanda, escondida durante 90 días en el cuarto de baño de su casa. No solo vio cómo era asesinada toda su familia, sino que también conoció al asesino de esta. Gracias a la fuerza de la misericordia de Jesús que llevaba en lo más profundo de su corazón, supo perdonar a ese asesino. Hoy, su testimonio proporciona a muchas personas de todo el mundo la fuerza reconciliadora y curativa de la misericordia.

El cardenal Christoph Schönborn, que participó de modo decisivo en los preparativos y la organización del Congreso, del que fue Presidente, lo tomó como ocasión para dar cada mes, durante todo el año dedicado a esos trabajos y en la catedral de San Esteban de Viena, unas catequesis sobre la Divina Misericordia, que se recogen aquí en los nueve capítulos de este libro, de forma abreviada y revisada.

La catequesis comienza con el Papa Juan Pablo II. Como él mismo dijo, en el centro de su actividad se encontraba la enseñanza de la Divina Misericordia. En un mundo lleno de discordia, pecado y sufrimientos, deseaba anunciar la misericordia de Dios a todos los hombres. Estableció que el domingo posterior a Pascua, el «domingo in albis», fuera celebrado en la Iglesia como el «Domingo de la Divina Misericordia», una intención marcada por las visiones de santa Faustina Kowalska. Estas desempeñarán un papel importante en los siguientes capítulos.


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