Historia sencilla de la filosofía
Rafael Gambra
PREÁMBULO
Quizá ningún sector de la cultura resulte tan refractario a ser resumido de una forma breve y clara como el de la filosofía en su evolución histórica. Por esto mismo, pocos dominios del saber tan desalentadores como el filosófico para el estudiante que empieza o para el profano deseoso de «hacerse una idea» de la materia. La extrema y profunda complejidad de su objeto y el rigor con que debe tratarse, el entrecruzamiento y diversidad de sistemas, la oscuridad y lo arcano de su lenguaje, son causas permanentes de la prevención con que generalmente se aborda el conocimiento filosófico y del desánimo que acompaña tantas veces a los primeros esfuerzos del principiante.
Hasta tiempos cercanos la especialización más rigurosa reinaba en el campo de la filosofía. Podía suponerse que la filosofía era «lo que hacen los filósofos», esos sabios de un saber inútil que mantienen a lo largo de los siglos sus querellas inacabables, siempre en la sutileza de una terminología para uso privado.
Hoy esta actitud hacia la filosofía es ya imposible para el hombre culto de cualquier especialidad, y va siendo cada vez menos posible para el hombre en general. Las nuevas concepciones físicas y sus consecuencias técnicas o destructivas requieren un inmediato apoyo filosófico si no tocan ya por sí mismas el dominio resolutivo o último de la filosofía. Asimismo, las grandes experiencias políticas, sociales y económicas de nuestra época representan versiones prácticas de sistemas filosóficos diversos, como si estos hubieran dado un salto desde la quietud de su milenario apartamiento a la arena de unas realidades fabulosas y amenazadoras. De modo tal que ningún estudiante de Derecho, de Economía o de Política, incluso de ciencias físico-naturales, puede iniciar ya su especialidad sin un cierto conocimiento de la filosofía y de la evolución de sus grandes sistemas.
Sin embargo, subsiste la dificultad de abordar la filosofía como conocimiento auxiliar y no especializado. Y en grado superior a esa dificultad, la dificultad previa de resumir en ideas claras y trabadas entre sí el pensar filosófico en su génesis histórica. Todo resumen o esquema cultural tiene algo de falaz y de deformante, porque su misma sencillez y trabazón lógica se obtienen casi siempre a costa de la matización y aun del sentido de una realidad complejísima, extensamente ramificada en su crecimiento. Los esquemas, además, copiándose y simplificándose unos a otros, repitiendo siempre determinados temas y fórmulas, avanzan generalmente en el sentido contrario a la vida, que es diversificación y enriquecimiento.
Compendiar es difícil y arriesgado; pero no por esto es menos necesario. Aldous Huxley ha expresado con concisión y profundidad esta necesidad del compendio y las exigencias que debe imponerse el que afronte la tarea de hacerlo si quiere evitar, en lo posible, sus peligros. «La vida es corta —dice— y el conocimiento, sin límites: nadie tiene tiempo para saberlo todo, y en la práctica nos vemos obligados a escoger entre una exposición demasiado corta o renunciar a ese saber. El resumen es un mal necesario, y el que lo afronta debe hacer lo mejor posible una labor que, aunque intrínsecamente mala, vale más que renunciar a ella. Es preciso que sepa simplificar sin llegar a deformar. Es necesario que aprenda a dirigir su atención hacia los elementos esenciales de una situación, pero sin abandonar demasiado los flancos que matizan la realidad. De este modo llegará quizá a conservar, no toda la verdad (porque esto es incompatible con la brevedad en casi todas las cuestiones importantes), pero considerablemente más que las peligrosas aproximaciones, que han sido siempre moneda corriente en el pensamiento».
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